La legislación estadounidense sobre patentes está llevando a situaciones absurdas (por ejemplo, que Sony deba pagar una multa a Immersion Corp. por el uso de controladores que vibran, y que parece que ya habían patentado ellos antes). Parece que la posible aprobación de las patentes de software en Europa nos puede llevar por el mismo camino.
Más allá de casos concretos, la posibilidad de patentar ideas (que aún no tienen por que haberse materializado) puede cerrar las posibilidades de innovación, haciendo que el desarrollo de nuevos productos y servicios pase de ser cosa de ingenieros y científicos a ser un juego de abogados (por cierto, escasamente dados a la innovación y la creatividad).
Marta Peirano lo describe (El mercado de las ideas y, por ejemplo, la PSP) en Elástico de formal magistral. Algunas perlas:
Todos tenemos grandes ideas que cambiarían el mundo pero muy pocos tenemos la energía, el valor, los recursos o los conocimientos necesarios para convertirlas en realidad. Todos hemos salido del cine más de una vez pensando: vaya mierda de película, yo lo habría hecho mejor, pero no todos vendemos la casa para rodar un documental. ¿Qué ocurre cuando el hecho de haber tenido una idea brillante nos convierte en la única persona con derecho legal para llevarla a cabo? ¿Estamos todos capacitados para sacar adelante cualquier cosa que se nos ocurra, explotando todas sus ramificaciones hasta agotar la última posibilidad? Y lo que es más importante: ¿es justo que bloqueemos el camino a otros que sí lo están?
El mercado de las ideas deifica la posibilidad pero obstaculiza su ejecución. O, en otras palabras, premia al especulador y castiga al currante. O lo elimina. Empresas como Immersion empiezan trabajando en un proyecto que cambiará, mejorará o, sencillamente, ampliará el mercado tecnológico de una manera u otra. Hagan lo que hagan, tendrá que ser nuevo o mejor que lo que ya hay, porque si no no hacen negocio y la empresa fracasa. Son empresas llenas de técnicos, ingenieros, programadores y expertos que trabajan diez horas al día para ser los mejores. Pero ¿qué pasa cuando esa empresa gana la lotería patentando una idea que pega la campanada en un sector multimillonario, como es el caso de la industria del videojuego? Lo que pasa es casi un chiste de los cínicos en la industria: el romance con la innovación se acaba y los técnicos, ingenieros, programadores y expertos se van; es la era de los abogados. La compañía se ha convertido en un capítulo de Ally McBeal.
Es un hecho: la mayoría de las empresas que patentan licencias millonarias abandonan la innovación y acampan en el juzgado. Es igual que en el Monopoly: cuando has colocado cuatro hoteles en las calles de más valor ya no quieres seguir circulando, es mejor acabar en el trullo y cobrar peaje a todos los demás. Las ganancias ya no proceden de tu capacidad de innovar sino de coartar los avances de los que vienen detrás, convirtiendo el mercado del desarrollo en un campo de minas que, en última instancia, acaban explotando bajo los pies del consumidor en forma de productos deficientes o precios disparatados.