La cartografía digital se está conviertiendo en la última frontera en las tecnologías de la información. En los últimos meses estamos viviendo una auténtica revolución con la aparición de nuevas herramientas que facilitan el acceso a información georreferenciada por usuarios no expertos y permiten su uso cotidiano. Además, los propios ciudadanos se convierten en cartógrafos, armados con GPS baratos y simples y utilizando software abierto y colaborativo.
Google (quién si no) fue uno de los pioneros al lanzar su iniciativa Maps. Incorporó cartografía digital de todo EEUU e imágenes de satélite de gran resolución, las colocó en su web y desarrolló software que permite usar esta información de una forma fácil y efectiva. Además, su software permite que los hackers creen nuevas aplicaciones que utilizan las bases de datos de Google, lo que ha generado una vorágine de nuevas herramientas.
Algunos resultados son el tagging y cartografía colaborativa de ciudades combinando Google Maps, Flickr y herramientas no comerciales (engadget nos cuenta HOW-TO: Make your own annotated multimedia Google map); los Memory Maps de Flickr son otro buen ejemplo). The Guardian publicó un artículo el 7 de Abril, Get mapping, en el que comentaba como las comunidades de "cartógrafos" aficionados están poniendo en un serio compromiso a los proveedores tradicionales de productos cartográficos.
Por supuesto, en EEUU la política de acceso libre y gratuito a la información generada con fondos públicos ha favorecido este tipo de iniciativas. En Europa el debate se centra en como las agencias públicas o empresas privatizadas propietarias de la cartografía pueden seguir haciendo negocio. Sus argumentos: si la cartografía es gratuita los contribuyentes deberían pagar más impuestos para su mantenimiento, y así, vendiéndonos sus productos, en realidad nos están favoreciendo. No parece que la realidad esté de acuerdo con este planteamiento:
- en EEUU (en donde no se pagan más impuestos que en Europa) la información pública es libre,
- cuando las agencias europeas construyeron sus bases de datos (y realizaron el esfuerzo de financiación) su actividad comercial era muy escasa (aún no tenían nada que vender). Ahora, se dedican sobre todo a comercializar la información, y mucho menos a generar nuevos productos (no parece existir más innovación en Europa que en EEUU en este tema), pero los beneficios no revierten en sus "inversores" (los contribuyentes).
El resultado final es que puedo conocer mejor cualquier calle de Kansas City que mi propia ciudad. ¿Qué pasará cuando Google empiece a hacer lo mismo en Europa?. ¿Surgirá de repente alguna iniciativa pública como quieren hacer con las bibliotecas en Francia?, o, más fácil, ¿nos inventaremos alguna nueva regulación para evitar que Google innove y de este modo nos permita a nosotros innovar?. En breve veremos que pasa.