[Pensaba titular este comentario "Nos preocupa la educación, organicemos un telemaratón", pero sonaba poco serio ...]
El informe Una mirada a la educación 2005 que ha difundido la OCDE han creado "alarma social" en España. ¿O no?. ¿Relamente nos preocupa que nos nuestros indicadores educativos se sitúen a la cola de los países de nuestreo entorno geográfico y socioeconómico?. O más bien es políticamente correcto alarmarse por este tema y nos vemos forzados a mostrar bien alta y clara nuestra indignación para que no nos "miren mal".
En Libro de Notas recogen un artículo de Javier Elzo en El Periódico (¿Nos importa la educación?) donde matiza nuestra supuesta preocupación por la educación. Los hechos demuestran que en el fondo el problema educativo no es algo que nos quite el sueño y pedimos más dinero (eso siempre) pero no nos esforzamos lo más mínimo en nuestra formación y vida cotidiana para que la mejora educativa sea un hecho.
Elzo reconoce la necesidad de mayor financiación ("el gasto educativo medio por alumno es de 4.900 euros frente a los 6.100 de la media de la OCDE"). Pero "no todo es dinero":
Hay cifras inapelables. Pero aun siendo muy importantes los recursos financieros, no todo es dinero, sobre todo en los niveles primarios y secundarios. Lo esencial es lo que esperamos y valoramos del sistema educativo. Entre otras funciones asignadas a la escuela suelo recordar estas tres: la transmisión de conocimientos para que obtengamos alumnos instruidos, la formación para que puedan insertarse socialmente en un puesto de trabajo y la educación con el objetivo de formar ciudadanos autónomos y responsables. Muchos sostenemos que la tercera es hoy la más urgente e importante. Los que estamos en la docencia sabemos que no es ésa, en absoluto, la primera de nuestras prioridades, en nuestra labor cotidiana, más allá de proclamas, idearios, objetivos programáticos, etcétera.
Pero, estos tres objetivos, que todo buen ciudadano reconocería como ineludibles, no están en realidad en la mente de la gente, especialmente el tercero, que seguro que no está priorizado en la agenda oculta de la mayoría.
Padres y alumnos están poco involucrados en la educación, como lo demuestran los hechos, y eso hace muy difícil que se logren los tres obejtivos:
Los padres viven, inconscientemente, una profunda contradicción en el ideal de la educación de sus hijos: dicen, y quieren, que sean educados en valores altruistas (el respeto a los derechos humanos, la tolerancia ante el diferente, hasta la solidaridad con el necesitado), aunque consideran que para triunfar en la vida lo fundamental es que sean competitivos, funcionales, duros si es preciso. Los hijos dicen lo mismo si se les pregunta, aunque el uso de su tiempo libre y de su dinero (auténticos indicadores de los valores de una persona) muestran que dedican semanalmente más tiempo a la fiesta que al estudio, una vez liberados del recinto escolar. En las ONG, que valoran muy positivamente, por supuesto, ni el 2% participan.
Los padres acusan a la escuela: si ellos hacen lo que pueden y las cosas van mal debe ser porque los maestros no lo hacen bien. Claro que éstos razonan a la inversa: son los padres los que descuidan la educación de sus hijos y se la trasladan a la escuela, de la que les preocupa, sobre todo, las calificaciones escolares, las notas.
¿Por qué?: ¿hipocresía social que nos entrampa en la identificación de objetivos que realmente no deseamos?, ¿falta de preocupación por la educación?. La valoración social del trabajo de los educadores es una buena (o mala) señal de los problemas reales que nos aquejan:
Estamos lejos del aprendizaje significativo y personalizado que se exige hoy a la educación. Hay un divorcio claro entre la sociedad y la escuela, porque la labor educativa está socialmente poco valorada. En consecuencia, ¿qué alumnado estudia Magisterio? ¿Qué licenciado se dedica a la enseñanza? Peor aún, ¿cuál es la proporción de enseñantes que se sienten educadores? De ahí que muchos profesores, sobre todo los de Primaria y Secundaria, si pueden, dejan la enseñanza, quemados unos, desmotivados otros, mal pagados todos.
El tema de fondo es que en España se pide a la escuela que resuelva lo que la sociedad no valora: formar personas olvidándose de que es la mejor manera para garantizar un buen futuro (también económico) a las nuevas generaciones; a la sociedad por venir.
Nuestra postura "oficial" tiene bastante de hipócrita y preocupación exagerada por la correción política. Todos nos refugiamos en la financiación, los padres en las culpas de profesores (y en algún caso alumnos), los alumnos en las culpas de profesores (y más veces los padres), y los profesores en las culpas de alumnos y padres.