Cuando, hace poco, veía a Brad Pitt y Angelina Jolie en Sudán, acunando a niños africanos y dando lecciones al mundo sobre caridad, la imagen que me vino inmediatamente a la mente fue la de Tarzán y Jane.
Hace unos días Paul Theroux criticó abiertamente en The New York Times a Paul Hewson, más conocido como Bono, y a otros famosos por pretender definir (e imponer a través de su fama y de a opinión pública occidental) las políticas correctas para sacar a los países africanos de la pobreza. El escritor norteamericano conoce de primera mano el problema al haber sido maestro hace ya 40 años en Malawi como parte de los Cuerpos de Paz y haber regresado a este y otros países africanos en numerosas ocasiones (muchos de sus libros se basan en estos viajes). Theroux desenmascara la hipocresia occidental en general, y de algunos ocidentales en particular, y narra con su propia experiencia algunos de los problemas que aquejan a Africa, y que no por repetidos parecen ser entendidos o aceptados en Europa o EEUU. Se centra especialmente en dos de ellos: la corrupción de los gobiernos africanos y los efectos perversos de la ayuda internacional. Respecto a este último, y para no repetir la eterna cuestión de los subsidios agrícolas, tomemos otro ejemplo que afecta a los "recursos humanos": Malawi "importa", lleva décadas haciéndolo, maestros occidentales que forman a niños y universitarios que, cuando tienen oportunidad, emigran a Europa o EEUU a desarrollar su carrera profesional y por tanto no contribuyen directamente a la solución del problema de su país.
El artículo de Paul Theroux es muy oportuno ahora que el Times Magazine ha nombrado a Bono y a Melinda y Bill Gates "Persons of the Year". En cualquier caso existen muchas diferencias entre el cantante y el fundador de Microsoft y su esposa. Estos últimos quieren gastar una buena parte de su dinero en resolver los problemas de Africa utilizando la estrategia, acertada o equivocada, que ellos mismos han elegido. El cantante quiere que todos nos gastemos una parte de nuestro dinero en resolver los mismos problemas del modo que él ha elegido.
Hoy, El País publica la traducción del artículo de Theroux (África, un desacuerdo navideño con Bono), y es una buena ocasión para recordar la parte que me parece más relevante, útil y positiva de su discurso. El escritor norteamericano utliza el caso de Irlanda para proporcionarnos pistas sobre por donde debría ir en su opinión la estretagia para el desarrollo, y aprovecha de nuevo para criticar a Bono al recordarle la historia de su propio país que también ha salido en pocas décadas de la miseria más absoluta. En Irlanda se han utilizado recetas que no se parecen en nada a las que ahora Paul Hewson quiere ensayar en Africa:
... Si Bono hubiera examinado más de cerca Malaui, habría visto una encarnación antigua de su propia Irlanda. Ambos países se caracterizaron durante siglos por la hambruna, las disputas religiosas, las luchas intestinas, las familias difíciles de controlar, los jefes de clanes llenos de soberbia, la malnutrición, las cosechas arruinadas, las ortodoxias antiguas, la tediosa sociabilidad, los malos tratos a los niños, los problemas dentales y el mal tiempo. Malaui tenía el mismo sentimiento de agravio que Irlanda, también estaba colonizado por terratenientes británicos ausentes, y también estaba lleno de sacerdotes. Hace sólo unos años, en Irlanda no era posible comprar legalmente condones, ni se podía obtener el divorcio, mientras que (igual que en Malaui) había barriles de cerveza al alcance de cualquiera y la embriaguez era una maldición nacional. Irlanda, esa isla de inactividad, "la cerda que devora a sus crías", en palabras de Joyce, era el Malaui de Europa, y por muchos motivos idénticos, dado que su principal exportación consistía en los emigrantes, tanto trabajadores como charlatanes.
...
África no carece de mano de obra. De lo que carece es de fe en sí misma y, en general, de dirigentes. También aquí Irlanda puede ser un modelo. Después de siglos de apoyarse en otros países, los irlandeses descubrieron que, en vez de pedir limosnas, ellos mismos podían cambiar las cosas. Educación, prácticas de gobierno racionales, gente dispuesta a quedarse y un simple esfuerzo de diligencia han transformado Irlanda de una ruina económica en una nación próspera. En pocas palabras -¿me escucha, señor Hewson?-, los irlandeses han demostrado que quedarse en casa sirve de algo.
Nicole-Ann Boyer, en Worldchanging, reseñó el artículo original de Theroux, y así lo descubrí por primera vez, e hizo hincapié también en el ejemplo irlandés. Theroux defiende un modelo endógeno de desarrollo (los propios irlandeses cambiaron su actitud y su entorno político y legal). No habla de la apertura comercial irlandesa que la ha convertido en un pequeño país tremendamente competitivo en la economía global (sobre las ventajas de los países pequeños en la economía global, aquí y aquí se pueden leer reflexiones interesantes) y del efecto de las ayudas de la Unión Europea. Por cierto, en este último punto, Irlanda también puede ser un modelo para Africa (y para todos los que quieren solucionar desde Occidente la pobreza). Irlanda ha recibido cuantiosas ayudas económicas de la Unión Europea y, a la vista está, ha sabido invertirlas en su desarrollo. Otros países y regiones europeas han recibido las mismas, o más, ayudas europeas con un efecto mucho más pequeño (en algunos casos es discutible incluso si el resultado final ha sido positivo). En Africa la ayuda internacional se asigna en origen (la ONU, las ONGs o cada país deciden en que proyectos van a invertir sus recursos financieros e "imponen" estos proyectos a los países y ciudadanos africanos). En Europa cada país ha contado con una gran libertad para decidir en que gastar estos recursos (por ejemplo, unos han apostado por las infraestructuras otros por la formación o por el I+D); unos han acertado y otros no.