La Cidade da Cultura es un proyecto megalómano del gobierno autónomo gallego que se está construyendo en las afueras de la ciudad de Santiago de Compostela. Sin entrar en detalles, el proyecto fue promovido por el anterior gobierno y está siendo revisado y puesto en entredicho por el actual. Pero más allá del debate político, creo que existe una amplia opinión contraria al proyecto tal como fue concebido. Supone un enorme coste económico para crear una oferta de infraestructuras culturales en el mejor de los casos excesiva para su entorno y, en el peor, totalmente trasnochada y mal definida. En realidad se han diseñado muchos contenedores pero nadie parece haber pensado por un momento si existen contenidos para esos edificios (y menos aún si son de interés y necesarios).
Pero hasta aquí, tampoco hay casi nada nuevo. Esta historia se ha repetido numerosas veces en nuestras ciudades. Traigo aquí este tema por que combinando noticias de prensa aparentemente desconectadas se puede aprender mucho sobre la mentalidad, que incluye grandes dosis de hipocresía, de los responsables y gurus del urbanismo. [Otro ejemplo de "hipocresía urbana" lo podéis encontrar aquí].
La Voz de Galicia (22 octubre). Publican un debate entre arquitectos participantes en los IV Encontros Internacionais de Arquitectura (una excepional conferencia). Los participantes eran:
Wilfried Wang, miembro del jurado del concurso de la Cidade da Cultura y director del Museo Alemán de Arquitectura; Carlos Jiménez, jurado de los premios Pritzker; Patxi Mangado, autor, entre otros, del Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra; Félix Arranz, premio FAD 2004 por la estación intermodal de Zaragoza y editor de varias publicaciones especializadas; el crítico Luis Grossman, una auténtica institución en Argentina, donde lleva 20 años escribiendo una columna semanal sobre arquitectura en el diario La Nación; el mexicano Alberto Kalach y los gallegos Felipe Peña y José Varela.
La principal conclusión del debate la resume muy bien el titular de una de las noticias: Los arquitectos ven la Cidade da Cultura como un «desastre». Las opiniones de Wang, que participó en el jurado del concurso, son especialmente reveladoras. Por ejemplo:
Wang: También es responsabilidad del jurado, a mí me podrían decir que por qué he participado en el proyecto de un megalómano. Un proyecto con el que no se sabe qué hacer a largo plazo y en la que la UE ha gastado ni se sabe cuánto. Y uno de los principales responsables es Galiano [se refiere a Luis Fernández Galiano, catedrático de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de Madrid, que formó parte del jurado], que influyó en que el área destinada al proyecto se duplicase respecto a lo previsto. La conexión de espacios y las circulaciones suponen un exceso y un gasto superfluo. Este señor tendría que venir ahora aquí y ver lo que ha hecho, es un desperdicio increíble. Y Eisenman no está comprometido con el proyecto, no ha puesto su corazón en él. Ha propuesto hacer muchos cambios, es muy irresponsable.
El País, suplemento Babelia (3 de diciembre). Luis Fernández Galiano, uno de los responsables según Wang de la dimensión final y coste del proyecto, publica el artículo Homilia de adviento donde critica a los arquitectos estrella por ser excesivamente prolíficos lo que compromete la calidad de sus obras y su efecto en la vida urbana. Galiano sitúa a la arquitectura por encima del bien y del mal: los edificios pueden cambiar la vida de los ciudadanos aún en los casos en que los ciudadanos no quieren que su vida sea transformada o no desean asumir el coste que esos proyectos pueden suponer. Los enemigos de esta arquitectura "transformadora" desde arriba son el proteccionismo nacionalista y, como siempre, el mercado global y los medios. Este es el resumen del artículo:
El mercado global de arquitecturas de autor experimenta un crecimiento inflacionario que está devaluando el valor publicitario de las obras espectaculares. La fatiga ante los excesos presupuestarios o simbólicos se alía con el resurgir del proteccionismo para dibujar un panorama de repliegue, que no afecta aún a la algarabía satisfecha de los medios.
Para el autor los excesos económicos están justificados si las obras aportan a los ciudadanos más de lo que piden y la profesionalidad del arquitecto debería ser sufiente garantía:
Por mucho que censuremos las extravagancias formales o la excepcionalidad económica de las obras de autor, conviene recordar que -como solía decir Alejandro de la Sota- los arquitectos procuran "dar liebre por gato", ofreciendo a la sociedad mayor esfuerzo del que a menudo demanda, y sólo aquellos que han renunciado a esa integridad autoexigente que es el soporte del profesionalismo pueden ser secuestrados por la complacencia censurable del que da menos de lo que promete su prestigio.
La globalización, los mercados y los medios son capaces de arruinar esta profesionalidad y diluír el efecto benéfico de las grandes obras:
En la arquitectura de las celebridades hay más vinagre que vino. Tomando prestadas las metáforas evangélicas de Ratzinger ante el sínodo, la ciudad europea es una viña devastada por jabalíes, una construcción cultivada y paulatina arrasada por fuerzas económicas y mediáticas que han impuesto su apetito animal a la lentitud vegetal de la continuidad urbana, suministrando el brillo compensatorio de las arquitecturas de autor como placebos de orientación e identidad en el territorio mutante de la globalización. Pero la proliferación de estos hitos o iconos erosiona su ficción curativa, y la sonoridad publicitaria de sus trinos se apaga en el estrépito de los tiempos, disolviendo en humo y espejos su promesse de bonheur.
Y perdido entre tanta prosa poética aparece en el mismo artículo la referencia a la Cidade da Cultura:
... Sin embargo, ningún gran proyecto se libra de la polémica periodística y del escándalo político y, tanto la ópera de Sidney como el museo Pompidou o el Guggenheim bilbaíno fueron capolavori recibidos con el mismo estrépito que hoy rodea la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia o la Ciudad de la Cultura de Galicia, dos obras titánicas que acaso sean también las obras maestras de sus autores, por más que hoy sólo podamos ver la desmesura de su escala con una conciencia de culpa que agría el vino en la copa.
¿Se justifica la desmesura por la calidad del arquitecto?. ¿Necesita Galiano justificar su papel en el jurado?. Por el contrario, parece defender su decisión: el error no ha sido planificar un proyecto desmesurado física y económicamente (y sin contenidos ni utilidad). El verdadero problema sería la utilización política y mediática y el exceso de proyectos de este tipo que impiden brillar a la Cidade da Cultura tal como se merece. Puede que ni siquiera tenga mala conciencia.