En mi anterior post (Feísmo urbano en versión británica. ¿Galicia no es diferente?) utilizaba la galería fotográfica que The Guardian ha publicado con los edficios británicos "más odiados" para hacer algunas reflexiones sobre un problema similar (aunque en este caso más centrado en el medio rural) que es motivo de discusión en Galicia. Un estudiante de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de A Coruña, Cándido Couceiro Mouriño, ha dejado un comentario genial que creo merece repetirse aquí. De este modo los lectores que a veces pasan (pasamos) deprisa por los blogs y no nos detenemos en los comentarios tendrán la oportunidad, y el placer, de poder leerlo. Comparto muchas de las ideas de Cándido, sobre otras tengo mis reservas o estoy en desacuerdo, pero el comentario merece la pena por lo que dice y por como lo dice:
El término feísmo es bastante desafortunado, ya que reduce el proceso agónico que sufre el rural gallego a un problema meramente estético, de apariencias y de "buen gusto" ("el horroroso buen gusto", que decía Ortega y Gasset). Nuestra sociedad ha pasado de una economía de autosuficiencia agraria a una nueva burguesía urbanita pudiente y acomodada en pocas décadas, sin la educación necesaria, y un síntoma de este mal tránsito es el deterioro del paisaje, al igual que el síntoma del cáncer son los tejidos necrosados putrefactos. Pero es necesario que no confundamos el síntoma con el problema. Como decía el arquitecto Manuel Gallego, es como si alguien va al médico aquejado de una grave enfermedad, y éste le espeta “ es que es usted feo…”.
Nuestra cultura rural era profundamente rica, decantada durante siglos y extraordinariamente sensible al territorio, a pesar de transformarlo y manipularlo intensamente. Su forma de vida, bastante precaria, no gozó de ninguna iniciativa de adaptación a la nueva situación sociopolítica. La iniciativa (que desde luego tendría que haber sido gubernamental) pasaría por una industrialización racional del rural y sus recursos, junto a la formación de una sensibilidad y a la concienciación de preservar nuestro paisaje. Muy al contrario, las políticas autonómicas a partir de los 70 se orientaron hacia la erradicación del campesinado como una clase social indeseable, en lugar de propiciar su desarrollo (algo así sucede a nivel global; véase la actual reunión en Hong-Kong de la OMC). Al ser una clase social baja y denostada incluso desde las administraciones, nadie quiere seguir perteneciendo a ella. Consecuencia de esto, y de las nulas posibilidades, el interior gallego se está quedando totalmente despoblado con un éxodo masivo a la franja litoral, con su también consiguiente degradación que tanto estamos lamentando. De aquellos polvos vienen estos lodos...
Me enoja profundamente que se considere a esa población rural como unos bárbaros incultos que nos están ensuciando el salón de las visitas de nuestra casa. No son ajenos a nosotros; nosotros venimos de ahí, y nosotros lo hemos propiciado. Hay que analizar racionalmente la situación, ponerse en su lugar, y entenderlos. Tan sólo utilizan lo que tienen más a mano, respondiendo a la carencia de medios con el ingenio que les caracterizó durante siglos, y sin ningún tipo de prejuicios. Y esa carencia de medios es fruto del abandono que sufren por parte de las administraciones, al igual que lo es la carencia de educación que los adapte a los nuevos tiempos. Además de una ofensa a esta gente, creo que denota una visión bastante simplista y acotada de la realidad.
Hay que ver más allá de la superficie de las cosas. Yo veo más real y honesto un somier que se utiliza como cancela o una bañera como abrevadero que un horreo de piedra momificado o un yugo colgado en un salón. Por supuesto que no es lo deseable, pero es lo que tienen. Los primeros son usos vivos, reales. Los segundos son usos muertos. Son ficción. Una farsa ridícula. Incluso es una falta de respeto a esos instrumentos, que de herramientas de ayuda a la supervivencia, de carácter casi sagrado (véanse los símbolos religiosos y paganos que ornamentan estos objetos) quedan degradados a meros artificios decorativos.
No seamos superficiales con este tema. Las quejas sobre el feísmo como problema estético parecen venir siempre de una burguesía que parece exigirle al rural una apariencia estereotipada, como si fuera su obligación. El emergente turismo rural nos lo evidencia; auténticos parques temáticos. De un entorno plenamente vivo y real se está pasando a unas triviales escenografías, "belenes" a escala real, donde al urbanita le desagrada a la vista cualquier alteración estética de ese rural idealizado en las guías turísticas. Es la versión gallega del cínico pensar de Oriol Bohigas recogido en su ya célebre artículo en El País.
Una solución al abandono del rural gallego podría ser su museización, pero no como se está haciendo hasta ahora, sino con rigor y seriedad. Buen ejemplo de ello son los museos etnográficos nórdicos, centros de investigación que ponen en valor el paisaje y las construcciones, herramientas y otros elementos agrícolas del pasado. Y no por ser rigurosos dejan de ser museos lúdicos, abiertos tanto al investigador como al profano; es más, ayudan a educar a éste último. En cambio, aquí en Galicia se utilizan prodigios técnicos como el arado o ingenios como la hoz como vulgares objetos decorativos, descontextualizados y despojados de su auténtico valor y significado. Objetos absolutamente muertos, cadáveres extrañamente atractivos.
Insisto; vayamos, como tú bien dices, a las causas, y no disfracemos temporalmente las consecuencias. La solución al olor de sobaco no se camufla directamente con desodorante; antes hay que ducharse. O a lo mejor acudir al dermatólogo; podríamos tener algo más grave que simplemente darle asquito al ofendido prójimo.
Cándido denuncia el abandono de las administraciones hacia la población rural, y creo que en cierto modo es así. Aunque más que abandono la administraciones han utilizado las subvenciones para silenciar problemas y esconder su incapacidad para crear condiciones que permitan la adaptación de la población rural al mundo en que vivimos mediante innovaciones en su actividad económica y en su organización social. Sólo como consecuencia de esta evolución pendiente y necesaria se producirán cambios culturales y se empezarán a "solucionar problemas" como el feísmo. Las subvenciones sólo han permitido, y siguen haciéndolo, crear "museos vivos" que sólo consiguen conservar el paisaje, la arquitectura y la gente como hace casi un siglo o condenarlos a una lenta degradación.
Me parece difícil que la solución museística lograse cambiar en profundidad el mundo rural gallego por un simple problema de escala. Pero es de agradecer que se piense en museos activos y centrados en los aspectos antropológicos, y no en almacenes de de "objetos rurales" seleccionados por valores estéticos y sentimentales.
Mi comentario al artículo de Oriol Bohigas en El País podéis encontrarlo aquí.