El debate sobre las ciudades creativas se está convirtiendo ya en un clásico entre científicos sociales, periodistas y políticos municipales, y en un tema recurrente en este blog. Las discusiones en los medios entre el especialista en economía urbana Richard Florida, creador de la teoría de la clase creativa, y el peridista Joel Kotkin, critico de esta idea, han cubierto ya varios capítulos. Hace unos meses Kotkin proponía que las supuestas ciudades creativas definidas por Florida se estaban convirtiendo en realidad en ciudades efímeras, atractivas para turistas y "nómadas" ricos pero que ahuyentan a las clases medias que podrían sustentar un crecimiento económico endógeno. Florida se ha defendido de esta y otras críticas tratando de diferenciar sus propuestas de la utilización política de las mismas (mientras Florida defiende sólo la creación de condiciones para el desarrollo de la creatividad, los políticos traducen esta idea en la importación directa de individuos creativos gracias a la construcción infraestructuras culturales y de ocio). Quizás la principal crítica que se le puede hacer a la teoría de las clases creativas, y en particular a su traducción política, es la confusión entre ciudades realmente creativas (con condiciones para que sus propios ciudadanos puedan desarrollar su capacidad de innovación y creatividad) y ciudades que importan a una clase creativa extraña con la esperanza de que sean ellos los que dinamicen una vida y economía urbana en crisis.
Se acaban de publicar una serie de artículos, uno de Kotkin y otros basados en el trabajo de Florida, que vuelven a mostrar como una misma realidad urbana puede verse de maneras radicalmente opuestas. Kotkin ha publicado en Prospect Magazine el artículo Uncool cities (versión original sólo para suscriptores; versión de acceso libre) [comentado en 3quarksdaily]. En este artículo analiza la evolución reciente de las supuestas ciudades creativas globales (como Londres, Berlin. San Francisco o Sidney), mostrando datos estadísticos que reflejan una crisis incipiente: descensos demográficos en los útlimos años, escaso crecimiento económico, y un aumento preocupante de las tasas de paro. Además, las desigualdades internas en estas ciudades son muy superiores a las que presentan otras ciudades equivalentes. Parece que el éxito de estas ciudades en los 90 fue efímero y asociado a la irracionalidad de la era dot-com. Kotkin resume las estrategias de los políticos municipales de esas ciudades que coinciden en centrarse en el diseño de ciudades con "glamour", atractivas cultural y turísticamente. La buena gestión, las necesidades de los ciudadanos "normales" (por ejemplo, familias con hijos) y la eficiencia en los servicios no parecen figurar en las agendas de estos dirigentes. Por el contrario, estos alcaldes consideran que la creación de una imagen y ambiente "cool" servirá por si sola para atraer a los jóvenes profesionales creativos que a su vz serán el motor económico urbano.
Como contraste, Fast Company dedica en su número 100 una serie de artículos a las Fast Cities. El especial se basa en el trabajo del grupo de Richard Florida, proponiendo como ejemplos de ciudades creativas con un elevado dinamismo económico a las mismas que Joel Kotkin situa como ciudades en crisis (de nuevo San Francisco y Sidney, por ejemplo, aparecen en lo alto de los ránkings). El especial de Fast Company presenta 10 ciudades emergentes en EEUU (como Sacramento, Austin, Tucson, o Colorado Springs) y otras cinco "globales" (Dublin, Helsinki, Montreal, Sydney y Vancouver). Esta selección se basa en los indicadores utilizados por Florida que tratan de reflejar las 3T: talento, tecnología y tolerancia (este último factor se mide, entre otros, con el ya famoso "gay index"). No se incluyen en ningún momento parámetros "duros" demográficos y económicos (por ejemplo tasas de paro). El especial de Fast Company incluye una entrevista con Richard Florida donde de nuevo hace esfuerzos por diferenciar sus propuestas de la utilización que los políticos hacen de las mismas.
Leyendo las dos versiones se evidencia que la realidad demuestra que la teoría de la clase creativa ha fracasado en su aplicación a las políticas urbanas. Las políticas de atracción de la clase creativa (que es en lo único que se ha traducido al teoría de la clase creativa) han contribuido a vaciar los centros urbanos de sus habitantes tradicionales, creando urbes glamurosas que constituyen perfectos escaparates para turistas y jóvenes sin cargas familiares. Pero, este atractivo no parece traducirse un efectos positivos en términos económicos, de modo que los indicadores "duros" muestran situaciones de desigualdad y crisis urbana creciente.
Para Joel Kotkin el principal error es considerar que las clases creativas se componen sólo (o mayoritariamente) por veinteañeros sin hijos (como tienden a pensar los políticos que quieren aplicar las ideas de Richard Florida). Por el contrario, los responsables de la innovación y creatividad se concentran en otros grupos sociales:
It turns out that many of the most prized members of the “creative class” are not 25-year-old hip cools, but fortysomething adults who, particularly if they have children, end up gravitating to the suburbs and more economically dynamic cities like Phoenix, Boise, Charlotte or Orlando.