El artículo es interesante por su claridad argumental, aunque, en mi opinión, contiene muchas afirmaciones discutibles y una buena dosis de los elementos demagógicos habituales en estos debates. A modo de ejemplo:
- afirmar que las ayudas agrícolas europeas sólo constituyen un 0.5% del PIB comunitario, olvidándose de aclarar que el presupuesto europeo supera escasamente el 1% del PIB (la misma frase tendría un efecto claramente distinto si se dijese que los subsidios constituyen casi la mitad del presupuesto comunitario).
- la visión catastrófica y alarmista del cambio climático. En este aspecto sigue la línea argumental habitual, pero aparece un detalle interesante: para lograr mayor dramatismo se denuncia que "[e]l planeta está siendo contaminado por cuantiosas emisiones de gases de efecto invernadero", cuando tanto CO2 como metano producen efecto invernadero y por tanto modificaciones atmosféricas, pero no son elementos contaminantes en si mismos. El aumento de temperatura puede ser dramático pero no es contaminación.
Por ello éste es el momento de abrir una gran reflexión sobre esta cuestión y replantearse el debate del futuro agrario sobre dos nuevos objetivos: la remuneración de las plantaciones leñosas o permanentes y bosques por su trascendente papel como sumidero de CO2 y la compensación de la agricultura herbácea como productora de materias primas para la fabricación de biocombustibles, es decir, como fuente de energías limpias y renovables, sustitutivas de las fósiles, que son finitas. Éstas serán las nuevas funciones de la agricultura europea del siglo XXI. Todo ello sin perjuicio de sus funciones clásicas de productora de alimentos y materias primas, garante del paisaje rural y guardián de un patrimonio cultural del que gozan todos pero que sólo cuidan y protegen menos de un millón de personas en toda España.
Estas nuevas funciones parecen justificar no ya los subsidios actuales, sino un incremento significativo:
Los agricultores que piden ayudas PAC por hacer -o no hacer- lo de siempre tendrían que demandar nuevas y más cuantiosas compensaciones por estas nuevas funciones fundamentales para el futuro de la Humanidad. Es otro enfoque sobre el que meditar.
Pero este análisis dibuja una visión parcial y sesgada del escenario. Existen algunos datos y argumentos necesarios para poder completar el análisis:
- los ecosistemas no cultivados también son sumideros de gases de efecto invernadero (y mucho más baratos). La evaluación de emisiones y costes económicos es más compleja: deberíamos estimar el valor marginal de la agricultura como sumidero (cuánto CO2 extra se almacena cuando un territorio se cultiva) y deducirle las emisiones derivadas del consumo energético de las actividades agrícolas.
- el efecto neto de los biocombustibles sobre la emisión de gases es cuando menos dudoso, especialmente si los cultivos se realizan específicamente para obtener biomasa que se dedique a ese fin.
- ¿cuál sería el beneficio, en términos de reducción de emisiones y eficiencia energética, de derivar los subsidios agrícolas a actividades de I+D en el campo de la energía (por cierto una necesidad urgente que nadie parece querer abordar)?
- Y para acabar, y devolviendo un poco de la demagogia del artículo, la emisión de gases es un problema global, independiente del punto geográfico donde se emitan o secuestren. Por tanto, dado que los subsidios agrícolas en el mundo desarrollado impiden el desarrollo agrícola en países en desarrollo, ¿cuánto CO2 se deja de secuestrar en estos países por el efecto perverso de los subsidios?.
No creo que la defensa de los subsidios agrícolas en términos energéticos resista un análisis mínimamente riguroso. Pero nos olvidemos que existe una cuestión mucho más básica: la agricultura a día de hoy no está orientada a actuar como sumidero de CO2 o como fuente de biocombustibles. Por tanto, se estarían reclamando nuevos subsidios para una función que aún no cumple.