Existe en Europa en general, y en España en particular, una obsesión por la I+D como el único motor "sostenible" del crecimiento económico. La competencia creciente de países emergentes (China, India, Brasil y muchos otros) así como los problemas estructurales de la economía europea hacen pensar que el actual modelo no tiene un futuro muy brillante. Por tanto, se necesita competir en un nuevo campo de juego y la productividad aparece como elemento clave. Y para aumentar la productividad, la solución es más innovación, lo cual requeire incrementar la inversión en I+D (o al menos eso defiende la doctrina oficial de los gobiernos nacionales y de la Unión Europea, aunque la realidad sea otra).
Pero diversas evidencias muestran que inversión en I+D no es sinónimo ni de innovación ni de mejoras en productividad y crecimiento económico. Por ejemplo, Booz, Allen, Hamilton publicó en Strategy+Business (número, invierno 2005) su informe Global Innovation 1000: Money Isn't Everything (enlace a versión pdf). Según este estudio empírico, basado en datos de las 1000 empresas que más invierten en I+D a nivel mundial, ni el gasto en I+D ni las patentes son buenos indicadores de innovación:
... no discernible statistical statistical relationship between R&D spending levels and nearly all measures of business success including sales growth, gross profit, operating profit, enterprise profit, market capitalisation or total shareholder return.
Resultados demoledores para las políticas europeas (y de muchas empresas), que son utilizados por
Michael Schrage en un reciente artículo que ha publicado en Financial Times (For innovation success, do not follow where the money goes; acceso para suscriptores, aquí versión pdf libre). Schrage pone de manifiesto como la inversión de I+D sigue, como otras tantas inversiones, una ley de retornos decrecientes. De este modo son empresas y países que no destacan por su esfuerzo financiero las que hacen más innovación real (aquella que se traduce en productos que son adoptados por los usuarios). Apple o Dell son ejemplos de empresas con grandes éxitos debidos a sus innovaciones que gastan menos en I+D que otras como Microsoft o General Motors. Por poner un ejemplo a la escala de países, en Europa, Irlanda invierte bastante poco en I+D pero su economía y productividad han crecido exponencialmente en los últimos años apoyándose en sectores innovadores.
Estas evidencias señalan un problema en el tipo de indicadores que son apropiados para medir la innovación, pero no indican necesariamente que la innovación sea poco útil. Pero este problema tiene serias consecuencias para definir las políticas públicas y empresariales. Tanto las corporaciones como los estados tienden a confundir el input (la supuesta causa, la inversión en I+D) con el output (la consecuencia, productividad y crecimiento). Por tanto, no se trata tanto de esfuerzo (cuánto) como de eficiencia (cómo).
John Hagel dedica un comentario de su blog a comentar el artículo de Michael Schrage, y añade una crítica al uso de las patentes como indicador de innovación. Aunque las patentes son ya outputs, no significan necesariamente innovaciones aceptadas y utilizadas por los usuarios (y por tanto rentables). Para Hagel, la innovación se concibe mayoritariamente como desarrollo de nuevos productos, pero al experiencia demuestra que son las innovaciones en procesos las que han generado más beneficios.
Este debate me recuerda a la eterna discusión sobre como conectar la I+D que se desarrolla dentro de nuestras universidades con las empresas. La mayor parte de los debates identifican la necesidad de reorientar la investigación que se hace en nuestras universidades para adecuarla a las necesidades del sector productivo. De nuevo reaparece la innovación de producto, el énfasis se pone en los temas de investigación. Puede que esto sea cierto y se necesite un cierto cambio, pero mi impresión es que lo que falla en nuestras universidades es más el cómo se realiza el proceso de I+D y de transferencia a las empresas.