Después de mis comentarios de estos días sobre ayuda y desarrollo, al leer el titular de una noticia hoy en El País me llevé una alegría: España propone bajar el coste de los envíos de dinero a países pobres. Al fin una propuesta que favorecía el libre intercambio entre países pobres y desarrollados, y además llegaba de España. La idea no hacía más reconocer los beneficios de la propia experiencia española que gracias a las divisas de sus emigrantes consiguió mejorar sus condiciones de vida en las décadas de 1960 y 70, y posiblemente iniciar un despegue que nos ha llevado a donde estamos ahora.
Desgraciadamente este artículo sería un buen caso para El País, revisitado (que anda últimamente bastante inactivo). Cuando se lee el texto completo, la propuesta así como otras ideas que nacen de nuestros vecinos europeos son más bien perversas.
Mañana se inicia una conferencia con más de 80 países para bucar "fórmulas de financiación estables para aliviar el ahogo económico de los países pobres (que no dependan de las decisiones políticas ni de los presupuestos de cada gobierno nacional)". La propuesta española propone, en concreto, reducir un 10% los costes de las transferencias que realizan los trabajadores extranjeros a sus países de origen. El País pone en palabras de Milagros Hernando, directora general de Planificación y Evaluación de Políticas para el Desarrollo, los detalles de la propuesta:
El primer paso de la propuesta española es reducir los costes de transferencia, que rondan el 10%: "Que llegue lo mismo que sale". El segundo: activar la cultura bancaria en aquellos países, con la participación de los bancos y cajas de ahorros españolas y de asesores de organismos de cooperación. "Se trata de que los receptores tengan capacidad crediticia en sus países gracias a la llegada de remesas de forma reiterada", dice Hernando.
O sea, permitamos mayores flujos financieros para poder controlarlos y gestionarlos nosotros mismos en destino. ¿Habrán oido hablar de Grameen Bank (y de las múltiples iniciativas financieras locales en países pobres)?. En la categoría Money as a tool de Worldchanging los interesados de la adminsitración española podrían leer y aprender algo al respecto. Pero, por supuesto la confianza de las autoridades españolas en la población local es absoluta:
"Eso sí, luego se lo podrán gastar como quieran".
Menos mal, podría ser peor. Podrían confiscar los recursos de los inmigrantes, que las cajas de ahorros españolas (mejor que los bancos que tienen "ánimo de lucro") se encarguen de enviarlos a los países de destino y que allí los administren en los proyectos que a los gobiernos de países desarrollados y ONGs les parezcan convenientes. Eso si, convendría conminar a los gobiernos de los países pobres a actuar contra los "Grameen Bank" locales que compiten deslealmente con nuestros propios bancos y cajas.
Parece que ya están en marcha dos proyectos piloto en Marruecos y Ecuador y "[l]a asesoría incluye que los receptores puedan montar pequeñas empresas que impulsen el desarrollo de sus países desde dentro". Esperemos que algún día podamos ver evaluaciones objetivas de estos proyectos.
Pero la propuesta francesa es aún peor:
una tasa en todos los billetes de avión para viajeros que despeguen de sus aeropuertos, cuya recaudación sirva para comprar medicamentos.
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El pasado diciembre quedó aprobado en Francia el gravamen sobre todos los billetes de aviones que despeguen de aeropuertos franceses. ... La previsión: 200 millones de euros anuales para la compra de medicamentos contra el sida, la tuberculosis y otras pandemias de países en desarrollo. Se trata de reducir los precios de esos medicamentos al asegurar a las industrias farmacéuticas que se adquirirán por un largo periodo de tiempo.
No creo que valga la pena vovler a discutir el desastre que han constituido siempre las experiencias de implantación de impuestos y tasas finalistas (mucho más cuando implican impuestos obtenidos en un país para solucionar problemas que suceden en otro). Tampoco creo que las autoridades francesas hayan oído hablar de proyectos ya en marcha para solucionar estos problemas.
Lo triste, visto desde España, es que no aprovechemos realmente nuestra experiencia como ex-país pobre. Posiblemente deberíamos buscar otros aliados y otros asesores (alguna reunión con William Easterly, o leer alguno de sus libros y artículos, no les vendría mal a nuestros resposanbles de ayuda al desarrollo), y dejar de obsesionarnos con utilizar la ayuda al desarrollo para garantizar el negocio de nuestras empresas.