Hace unos días comentaba como los modelos predictivos son poco útiles para la predicción. Una cura de humildad que nos deberíamos aplicar los científicos y, especialmente, muchos economistas que han depositado una fe ciega en sus modelos econométricos. Ahora Moisés Naím, editor de Foreign Policy, ha criticado en El País La arrogancia de los economistas. Naím, por cierto el mismo economista con un PhD por el MIT, se lamenta del desprecio que la economía siente en muchos casos por otras ciencias sociales "menos cuantitativas":
... estar convencidos de que sus métodos son superiores y más rigurosos que los de las demás ciencias sociales. Así, cualquier investigación social cuyas conclusiones no se basen en el análisis cuantitativo de una masiva cantidad de datos es desdeñada por los economistas por ser "literatura" o, aún peor, por ser "periodismo". Hay un chiste entre economistas que dice que, para los antropólogos, el plural de anécdota es "base de datos".
Pero, a pesar de su pretendida superioridad, los economistas fallan continuamente cuando tratan de predecir el futuro y aconsejan a los tomadores de decisiones. Un ejemplo de lo sucedido en Brasil lo ilustra perfectamente:
Hoy en día, los economistas no tienen respuestas para los temas fundamentales de su ciencia. Esta ignorancia a menudo tiene graves consecuencias que trascienden las meras controversias académicas. Cuando los economistas se equivocan en teoría, la gente sufre en la práctica. El anterior presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, recuerda que en plena crisis financiera de su país recibió llamadas de ganadores del premio Nobel de Economía y de otras superestrellas del firmamento económico mundial. Cada uno le daba un consejo diferente, y cada uno estaba absolutamente seguro de que su recomendación era la única correcta. Cardoso, un distinguido sociólogo, logró sacar a Brasil de la crisis gracias a su considerable talento y experiencia, atinando a cuáles de los famosos economistas creer y a cuáles ignorar. Algunos, por ejemplo, le insistían en la necesidad de adoptar un régimen de cambio fijo de la moneda similar al que tenía entonces Argentina. Hoy en día, estas ideas han pasado de moda y están muy desprestigiadas.
Muchas de las grandes teorías que parecen inmutables no son más que hipótesis que se abandonarán como modas pasajeras. Ante este panorama, Naím vislumbra algo de esperanza en la interdisciplinariedad; en aquellos economistas que han decidido "perder su tiempo" explorando otras formas de entender la realidad para buscar herramientas y modelos alternativos para explicar una realidad compleja que trasciende la simpleza de los modelos econométricos más complejos:
Afortunadamente, algunos de los economistas actuales están empezando a cruzar las fronteras interdisciplinarias y están usando la psicología, la sociología y las ciencias políticas para nutrir sus análisis. Muchos de estos esfuerzos de importación de ideas de otras disciplinas a la economía probablemente no tendrán éxito. Y los economistas que se arriesguen a incursionar en este contrabando intelectual serán seguramente denunciados por los ortodoxos por estarse relacionando con colegas metodológicamente impuros. Pero visto el funesto estado de la ciencia funesta, la búsqueda de ideas útiles en otras áreas de las ciencias sociales para fortalecer el conocimiento económico no conlleva muchos riesgos. O, como dirían los economistas: en vista del pobre rendimiento de los actuales esfuerzos, el costo de oportunidad de disminuirlos no es alto. Lo que en castellano quiere decir: la cosa está tan mal que hay poco que perder si se buscan ideas en otro lado.