El título de este post no es más que una cloudtag que refleja, en el mejor de los casos, la mente de algunos políticos que empiezan a preocuparse por el papel de Internet en la política del siglo XXI. Lo que podríamos, aunque no se si deberíamos, llamar política 2.0.
Hasta el momento se ha analizado el uso de la web 2.0 como herramienta de organización ciudadana, que pasa a actuar como un control mucho más activo y efectivo del poder político. Sobre este tema existe ya alguna buena reflexión como la publicada por Enrique Dans en Libertad Digital (Política 2.0). Mucho menos se ha analizado el proceso inverso (y complementario): el uso por parte de los políticos de la web 2.0 para su organización y acción; en resumen para su comunicación con los ciudadanos creando redes dinámicas. Sobre esta perspectiva son recomendables los recientes posts de José A. del Moral en el blog Redes Sociales (Ciberdemocracia = Democracia 2.0 y Los principios de la política 2.0; este último incluye una traducción de un manifiesto francés publicado originalmente en Netpolitique que traslada los principios del Cluetrain Manifesto al mundo de la política), y varios posts de Periodistas 21 (entre otros Políticos en el blog y El PP ameniza con blogs su convención).
Por supuesto sobre las web 2.0 como herramienta en manos de los políticos existen experiencias muy importantes (posiblemente la de Howard Dean en EEUU sea la más conocida y la que ha alcanzado mayores éxitos). Pero en España, lo que se ha hecho hasta el momento en este segundo aspecto es mucho más superficial que en el caso de la organización ciudadana. Los políticos empiezan a conocer (y preocuparse por) el “fenómeno blog” y algunos los empiezan a utilizar. Además, han surgido numerosos grupos de apoyo y activistas (que actúan más como políticos que como ciudadanos independientes) que se organizan en redes de blogs para, casi a partes iguales, defender determinadas posturas ideológicas y atacar las contrarias.
Pero por ahora los usos son muy simples: los políticos trasladan a su blog sus discursos y columnas de opinión. Reciben una considerable respuesta en forma de comentarios, dominados por los críticos (algunos correctos, muchos simples trolls), que normalmente no son capaces de digerir por su abundancia y escasa relación señal/ruido. Al final, estos blogs son nuevos formatos para viejas prácticas. El blog es un nuevo elemento de marketing tradicional (de uno a muchos y, en la práctica, unidireccional). Se convierten en una curiosidad dentro de la maquinaria de los partidos, una forma de demostrar la modernidad estética de las organizaciones y las personas.
Además, los blogs de políticos hablan (casi) exclusivamente de política, y desde posiciones casi siempre “políticamente correctas” con lo que su partido espera. Resultado: estos blogs son aburridos para la mayor parte de la población. Los leerán los convencidos, aquellos ciudadanos con una ideología que se adapta o se opone casi perfectamente a la de un partido. Pero, cada vez queda menos gente con ese perfil y, por tanto, los blogs de los políticos acaban siendo leídos sólo por sus partidarios o detractores convencidos; pocos lectores y poco (nulo?) impacto real (más allá de cohesionar al “núcleo duro” de apoyo).
Los críticos con las “nuevas tecnologías (no nos engañemos, la mayoría dentro de los partidos) preguntarán: ¿cuántos militantes o gente que asiste a nuestros mítines leerán nuestros blogs?. La contestación es evidente: muy pocos. La conclusión que sigue necesariamente de este proceso es que no debemos preocuparnos y perder el tiempo con estas “novedades” que no van a tener una rentabilidad electoral inmediata (no lo olvidemos, los partidos son, aquí y ahora, casi exclusivamente gigantescas maquinarias electorales).
Esta reflexión hipotética que, creo, hacen internamente los partidos (y que seguramente simplifico excesivamente hasta llevarla hasta la caricatura) perpetúa el proceso de selección negativa de políticos dado que:
- deja fuera a grandes sectores sociales, aquellos más dinámicos e innovadores, como participantes activos o como ciudadanos interesados (y posibles votantes), y
- infrautiliza una herramientas y modelos organizativos mucho más eficaces y eficientes, lo que hace perder capacidad competitiva a las organizaciones. Este último problema puede no ser demasiado relevante a día de hoy en sistemas políticos escasamente competitivos a todos los niveles (entre y dentro de los partidos) en que todas las organizaciones replican un mismo modelo que sigue el ejemplo de los medios de comunicación de masas.
[Continuará]