Un artículo que acaba de ser publicado en The Economist, The new paternalism: The avuncular state, ha generado un buen número de comentarios en blogs de científicos sociales (especialmente norteamericanos, como por ejemplo Peter Gordon o Econlog). El artículo analiza los usos políticos de las evidencias que la economía comportamental está obteniendo sobre los mecasnismos de toma de decisiones que utilizamos los humanos y que son más complejos que la estricta racionalidad que defendía la economía neoclásica.
El artículo The marketplace of perceptions, que se publicó en el número de Marzo-Abril de 2006 de Harvard Magazine, es una buena introducción al tema. Explica el espectacular desarrollo que la economía comportamental ha experiemntado en los últimas décadas, pasando de ser una disciplina marginal a contar entre sus filas con varios premios Nobel (como el pionero Herbert Simon en 1978 o Daniel Kahneman y Vernon Smith en 2002) y a copar los departamentos de economía de universidades como la de Harvard. Esta área de la economía donde han trabajado codo con codo psicólogos y economistas ha propuesto y demostrado empíricamente dos carcaterísticas “anómalas” (en términos de racionalidad económica) del comportamiento humano:
- La devaluación “excesiva” de las expectativas a largo plazo (o sobrevaloración de los beneficios que se pueden obtener de modo inmediato). Se ha demostrado experimentalmente que los seres humanos tendemos a seleccionar opciones que significan un beneficio en el corto plazo sobre otras con mayores beneficios pero que solo se pueden obtener en el largo plazo. Esta sería la explicación de un comportamiento de nombre extraño pero que todo (?) el mundo práctica, la procrastinación (que ya discutieron los Microsiervos) o la tendencia a dejar nuestras obligaciones para el final cuando los plazos están la límite. No es cuestión de entrar aquí en las causas últimas (evolutivas) de este comportamiento, aparentemente poco adaptativo (dado que nos hace reducir nuestros beneficios), pero se ha demostrado (por neurobiólogos y neuropeconomistas, lo más raro o vanguardista de las ciencias sociales) que existe una base fisiológica en el funcionamiento de nuestro cerebro.
- “Framing”: las decisiones que tomamos dependen de como se nos presenten las opciones. También experimentalmente se ha podido demostrar como cuando nos enfrentamos a dos opciones nuestra elección depende de si cada una de ellas se presenta en términos negativos o positivos (por ejemplo, tendemos a elegir una oopción de un determinado tratamiento que nos da una probabilidad del 20% de supervivencia, pero tendmeos a recharzar el mismo tratamiento cuando se nos dice que produce uan mortalidad del 80%).
Este tipo de conductas generan comportamientos mucho más diversos, e impredecibles, que los propios del hombre hiper-racional neoclásico. El artículo presenta dversos ejemplos de como se pueden utilizar estas “desviaciones de la estricta racionalidad” para diseñar productos financieros o campañas de publicidad. También permiten explicar la falta de interés de la mayoría de trabajadores por invertir en planes de pensiones.
A las consecuencias políticas de las teorías de la economía comportamental se dedica el artículo de The Economist. Las peculiaridades de nuestros mecanismos de toma de decisiones permiten surgen numerosas posibilidades de utilización política con el fin de modificar de un modo sutil las decisiones de las personas, simplemente cambiando las expectativas temporales de beneficios o la forma en que se presentan las opciones. Así, ha surgido un nuevo grupo de científicos sociales (y de polóiticos) que se autodenominan “paternalistas libertarios “ (término que, para ellos, no es un oxymoron) que proponen introducir mecansimos de “ingenieria social” que respetan la libertad individual y permiten ayudar a las personas a tomar las decisiones correctas (las más beneficiosas a lo largo de su vida). A estos libertarios un tanto peculiares, el resto de libertarios los denominan “paternalistas blandos”:
The behaviouralists claim to understand people as they are, not as economists hitherto assumed them to be. Because of ignorance or intemperance, lack of willpower or brainpower, people choose badly. Predictably so. The subdiscipline now has a well stocked cabinet of horrors and curiosities, showing how people fail to exercise their choices in their own best interest.
Having documented people's inadequacies, the behaviouralists now want to save them. The iconoclasts are becoming paternalists—but of a distinctive kind. Two of them, Cass Sunstein and Richard Thaler of the University of Chicago, describe their approach as “libertarian paternalism”, which, they insist, is not an oxymoron. Their critics, such as Edward Glaeser, of Harvard University, call it “soft paternalism”. Whatever the label, their approach is cannier and stealthier than the heavy-handed paternalism liberals reject. Their aim is not the “nanny state”, a scold and killjoy forcing its charges to eat their vegetables and take their medicine. Instead they offer a vision of what you might call the “avuncular state”, worldly-wise, offering a nudge in the right direction, perhaps pulling strings on your behalf without your even noticing.
Por supuesto, los “paternalistas duros”, a la vieja usanza (de los que ya hemos dado recientemente algún ejemplo), no entran en esta clasificaicón. Estos no creen realmente en la libertad individual y asumen que el estado debe responsabilizarse del bienestar de sus ciudadanos dado que ellos son incapaces de obtenerlo por ellos mismos.
The Economist presenta algunos ejemplos my claros de las estrategias que utilizan los paternalistas blandos. Por ejemplo, cuando una empresa ofrece un plan de pensiones a sus empleados, la aceptación de éste varía drásticamente en función de si los trabajadores deben aceptar explícitamente su entrada en el plan o deben solicitar su salida de un plan en los que se les introduce por defecto. Así, se cita expermiento que mostró que la tasa de inclusón en el plan pasó del 49 al 86% sin modificar las expectativas de beneficios. Los paternalistas blandos se entusiaman con las posibilidades que ofrecen estos mecanismos para corregir los “errores humanos” mientras se sigue respetando la libertad de elección individual. Por el contrario, otros defienden que es una forma de manipulación y que, además, no existe ningún argumento objetivo por el que el beneficio en el largo plazo sea preferible al obtenido en el corto plazo (aunque sea menor). O sea, que una persona está en su perfecto derecho de decidir seguir fumando (con el disfrute inmediato que ello implica) aunque sepa que esta decisión reduce su esperanza de vida (y por tando sea una decisión “irracional” en el largo plazo). Del mismo modo, se debería aceptar que alguien decida “malgastar” su dinero a costa de su futura pensión.
Interesante y compleja discusión. Lástima que en muchos sitios estemos rodeados de paternalistas duros tanto políticos como académicos a los que no les preocupan lo más mínimo estas sutilezas.