Existe un consenso, con innumerables matices, entre los investigadores sociales sobre los factores básicos que favorecen el desarrollo. Se suelen identificar como elementos básicos la eduación y la existencia de instituciones políticas y económicas que garanticen mercados abiertos y eficaces. Asi lo plantea Josep M. Colomer en un artículo publicado ayer en El País (Subdesarrollo sostenible, disponible aquí).
Algo sabemos sobre los factores del desarrollo. Muchos economistas y politólogos han corrido miles de regresiones estadísticas y han llegado a identificar las variables más significativas, sobre todo la educación y las instituciones económicas. Estas últimas, es decir, los derechos de propiedad, la competencia en los mercados, las monedas fiables, las garantías de los contratos, han sido también asociadas a algunas instituciones políticas democráticas, aunque, a medida que pasa el tiempo, el efecto de estas últimas parece indirecto y menor. En esencia, pues, si hay educación y mercados, habrá desarrollo. Pero lo que nadie ha explicado muy bien hasta ahora es por qué la carencia de educación y de mercados, y por ende el subdesarrollo, es tan persistente en ciertas áreas del mundo.
Colomer, en realidad, dedica su artículo a realizar un buen resumen de un reciente working paper de los profesores de Economía de la Universidad de Chicago Raghuram G. Rajan y Luigi Zingales (The persistence of underdevelopment, NBER Working Paper No. 12093, Marzo 2006; versión pdf de acceso libre). Estos autores han afrontado el análisis comparativo de los factores que limitan el desarrollo:
Los puntos clave de su análisis son dos. Primero, las personas con escolarización y estudios profesionales, si son relativamente pocas y gozan, por tanto, de ventaja relativa, rechazan la difusión de la educación porque les comportaría pérdidas de posición. Como muchos sabemos, cuando los estudios se generalizan, tener un título académico sirve para competir a un nivel más alto, pero no garantiza una salida profesional mejor que los demás. Segundo, las personas sin escolarizar rechazan la introducción de mercados porque carecen de habilidades y recursos para competir en ellos. Estos dos supuestos son crudos, casi crueles, pero probablemente no mucho más que la realidad misma, de modo que pueden generar una gran capacidad explicativa.
Por tanto, cuando la estructura de poder de una sociedad puede limitar la generalización de la educación o de los mercados el desarrollo se ve afectado. Este análisis tiene la virtud de permitir asociar los factores causales con procesos sociales y políticos, de modo que se propone una teoría simple para explicar por que ciertas sociedades logran desarrollarse y otras no:
Si una sociedad puede comprenderse de un modo simplificado a partir de la existencia y la interacción de tres grupos básicos -los digamos oligarcas, la clase media educada y los pobres sin educación-, siempre podrá haber una coalición capaz de bloquear los cambios que conducirían al desarrollo. Por un lado, los oligarcas y la clase media educada bloquearán la difusión de la educación porque con ella perderían su ventaja relativa. Se formará así una coalición conservadora, capaz de paralizar un país durante varias generaciones. Por otro lado, los oligarcas y los pobres analfabetos bloquearán las reformas favorables a la competencia mercantil porque con ella perderían posiciones, dadas su ineficiencia y su baja productividad. Ésta es la que podríamos llamar coalición populista, tan tradicional como actual en algunas antiguas colonias, que suele cubrirse con ropajes nacionalistas y, más recientemente, de antiglobalización.
Bajo esta perspectiva, los orígenes históricos de ciertas sociedades han favorecido (por ejemplo, colonización de zonas poco pobladas en Ammérica del Norte que favoreció la difusión de la propiedad, la competencia y la educación) o dificultado (población indígena numerosa o migración intensa de sectores pobres de la sociedad que provoca que las clases dominantes minoritarias recurran al autoritarismo y la exclusión social para mantener su dominio) el desarrollo económico. Especialmente intersante es la última reflexión de Josep Colomer donde, utilizando la historia reciente de España, especula sobre cual debe ser el orden correcto de educación y mercado como receta para el desarrollo. En su opinión el caso español muestra que la creación de mercados lleva a la generalización de la educación:
Revisando con esta perspectiva el caso de España, parece que está bien aclarado que, en la segunda mitad del siglo XX, algunas instituciones de mercado se impusieron por agotamiento del modelo autárquico y el choque de los capitales, las rentas y los turistas europeos. Pero no está tan claro, al menos para el autor de este artículo, por qué se difundió la escolarización; es decir (por plantearlo en los términos del modelo a que nos estamos refiriendo), qué indujo a las tradicionales clases educadas a aceptar la llamada masificación de las escuelas y las universidades si el resultado previsible era, como ha sido, una mayor igualación social.
¿Fueron la nueva competencia de mercado y las consiguientes expectativas laborales y profesionales, a partir de los años sesenta, las que generaron en España una masiva demanda popular de educación? ¿Cabría, pues, inferir que la reforma a favor del mercado es prioritaria porque ella puede generar las condiciones para la reforma a favor de la educación? Si es así, ¿por qué, entonces, no se genera una demanda de educación parecida en muchos países subdesarrollados cuando sus economías se abren por un choque exterior? ¿Es precisamente porque los que podrían generar esa demanda, es decir, los relativamente más despiertos, inconformistas y ambiciosos, optan por emigrar?
Aunque su hipótesis no es más que circunstancial y apoyada en un único caso, el español, y en asociaciones temporales, enfoca un debate clave y que debería ser abordado con la búsqueda más evidencias empíricas. Los resultados de Rajan y Zingales y las ideas de Colomer no dejan en muy bien lugar los argumentos en que se apoyan los recientes avances del neopopulismo anticapitalista en países en desarrollo, a pesar de que en ciertos ámbitos “intelectuales” occidentales se vean con simpatía o al menos se disculpen y se consideren un mal menor o, lo que es peor, necesario.