El caso boliviano ha generado un debate sobre el derecho y la oportunidad de que los estados “recuperen” la titularidad de los recursos naturales existentes en sus territorios. Es fácil realizar un razonamiento simple que traslada directamente titularidad estatal con beneficios para la población; nadie mejor que el estado para preocuparse por los ciudadanos, mientras que las empresas (especialmente extranjeras) buscarán única y exclusivamente su propio beneficio condenando a la población local a la pobreza. A muchos les parecerá simplista este discurso teniendo en cuenta que la economía de mercado opera en la mayor parte del mundo, y en parácticamente todos los países desarrollados. Además, prácticamente la totalidad de historias exitosas de desarrollo han estado asociadas a cambios hacia sistemas de mercado y apertura económica (hasta en países con férreas dictaduras, como China).
Pero, basta con echar un visstazo a los medios de comunicación oficiales para comprender que una buena parte de los que opinan no tienen esa visión y defienden el derecho y la necesidad de la nacionalización (desde los movimientos anti-globlización hasta el Nobel de Economía Joseph Stiglitz). Por desgracia, la realidad nos indica que casi nunca se ha demostardo una relación positiva entre propiedad estatal y bienestar, más bien se ha podido observar repetidas veces la relación contraria, ocasionada por el proceso que se denomina la maldición de los recursos naturales por la que los países con mayor riqueza natural tienden a tener menores crecimientos económicos.
Pero, en lugar de fijarnos en países en desarrollo, podemos analizar un caso de aparente éxito y que parece contradecir esta maldición: Noruega. Este país nórdico, con enormes riquezas en petróelo y gas natural controladas por el estado, ocupa el primer puesto en la ránking de desarrollo humano que elabora el Programa para el Desarrollo de Naciones Unidas (la tabla muestra el índice obtenido para el año 2003 que se publicó en 2005). Noruega se acompaña en los primeros puestos por los otros países nórdicos. Si en lugar del índice de desarrollo humano, utilizamos el Producto Interior Burto per cápita los resultados son muy similares, y Noruega alcanza el segundo puesto con una renta per cápita de 48,412 US$ en 2003, Dinamarca se sitúa en la 4ª posición, Suecia en la 9ª y Finlandia en la 13ª.
Todo parece indicar que “el modelo nórdico” de desarrollo es un completo éxito (otro debate son las características que definen este modelo; por ejemplo sobre Suecia ya hablamos aquí y aquí). Además parece que Noruega es el caso más éxitoso dado que ha combinado el modelo de desarrollo y bienestar con un uso inteligente de sus recursos naturales. La situación no es tan simple como puede parecer y Noruega constituye en realidad, un caso bastante distinto al de los otros países nórdicos. En concreto Noruega, con una gran riqueza en recursos naturales, cuenta con una economía que podríamos defirnir como “cuasi-socialista”, fuertemente intervenida y planificada por el estado. Por el contrario, Suecia, Finlandia y Dinamarca no cuentan con recursos naturales valiosos (y su explotación constituye, por tanto, una parte mínima del PIB), mientras que su modelo económico es capitalista basado en la libertad de mercado y en la iniciativa privada. Es más, Finlandia dependió en el pasado de sus recursos forestales y en esa época su nivel de desarrollo era bastante escaso.
Por tanto, estos datos indicarían que el modelo estatalista si puede ser exitoso y Bolivia o Venezuela podrían convertirse en las “noruegas latinoamericanas”. Pero, veamos ahora otra faceta del modelo nórdico en general y del noruego en particular: la competitividad y capacidad innovadora. La Unión Europea publica periódicamente el Innovation Scoreboard (la última versión ha sido la correspondiente a 2005) donde presentan una batería de 26 indicadores de innovación estimados para todos los países europeos (además de incluir a EEUU y Japón a efectos comparativos). Los indicadores incluyen tanto inputs (por ejemplo, porcentaje de licenciados en ciencia y tecnología o inversión en I+D) como outputs (por ejemplo, número de patentes). Aunque cada indicador es discutible, la combinación de los 26 ofrece una imagen de la innovación en Europa bastante completa y objetiva. La figura que presento a continuación muestra la batería de indicadores para los cuatro países nórdicos en 2005. Cada indicador se normaliza previamente a 100 utilizando la media de ese indicador para los 25 países de la UE. En los gráficos se utilizan colores para mostrar el valor relativo de un indicador en un país respecto a la media UE25 (desde rojo para valores muy bajos, amarillo para valores intermedios hasta verde para valores superiores). En los paneles se muestra con una línea vertical azul el valor UE25=100 (la escala de cada panel es diferente):
os resultados son muy significativos y relevantes para la discusión sobre la posible maldición de los recursos naturales dado que, mientras que Suecia, Finlandia y Dinamarca presentan valores muy altos para la mayor parte de indicadores (de hecho, agregando los indicadores en un índice global, ocupan los tres primeros lugares en la UE, y sólo Suiza, 2ª, y Japón, 4ª, se sitúan a su nivel globalmente), Noruega se sitúa en un lugar bastante decepcionante (por detrás de otros 11 países de la UE y justo por debajo de la media europea del índice global).
Lo más interesante es analizar la relación entre la innovación y el bienestar y crecimiento económicos para poder evaluar si realmente la innovación supone una ventaja competitiva. El Innovation Scoreboard realiza este ejercicio mediante lo que denomina ”economic performance”, relacionando el índice global de innovación con el PIB per cápita. Existe una asociación estadística muy clara y todas las evidencias apuntan a que al menos algunos de los indicadores de innovación que se manejan en este estudio son catalizadores del crecimiento económico. Sólo existen dos países que claramente se desvían de la tendencia y que podrían ser clasificados en términos estadísticos como “outliters”: Noruega y Luxemburgo. Ambos presentan rentas per cápita muy elevadas (son los dos primeros países a nivel mundial) mientras que su índice de innovación es intermediopara la UE. El hecho de que sean outliers significa que muy posiblemete en su renta influyen factores diferentes a los que parecen afectar al resto de Europa. No nos detendremos en Luxemburgo (aunque las razones son fáciles de suponer), pero en Noruega parece evidente que la “anomalía” es debida a la riqueza generada por la explotación de hidrocarburos. Así, mientras Suecia, Finalndia y Dinamarca han construido una economía muy exitosa basada en la innovación, en el caso noruego la base del éxito son los recursos naturales.
Veamos estos resultados de otro modo. Salvo por la abundancia de petróleo y gas natural, las condiciones de partida sociales, políticas y económicas de los cuatro países serían muy similares. Todo parece indicar que Noruega, al disfrutar de una “riqueza natural”, no ha apostado por el I+D y la competitividad como sus vecinos, construyendo una sociedad y economía mucho menos innovadora. Por el momento, esto no parece ser un problema (cuentan con la segunda mayor riqueza per cápita de todo el mundo). Pero, ¿que sucedería si desapareciesen los beneficios económicos derivados de los recursos naturales?. Noruega se encontraría con una estructura empresarial y social poco competitiva que no le permitiría mantener su bienestar (especulando un poco, podemos estimar que su renta podría reducirse aprox. un 50% de acuerdo con la regresión presentada por el Innovation Scoreboard). Ahora mismo, la desaparición de la riqueza generada por los hidrocarburos puede parecer ciencia ficción, pero, por ejemplo, un avance tecnológico (como el desarrollo de nuevas formas de energía) y/o político (como la apuesta por la energía nuclear) podrían cambiar radicalmente el escenario.
Por tanto, no parece que el caso noruego demuestre las bondades de la nacionalización de los recursos natauraes y la estatalización de la economía. Más bien todo lo contrario. Aún así, Noruega tampoco parece sufrir la maldición que si se puede observar en Oriente Medio, Africa o Latinoamerica. Para encontrar las razones podemos utilizar el Global/World Corruption Report 2006 elaborado por Transparency International. Este informe elabora un “Corruption Perception Index Score” que mide para cada país la percepción del grado de corrupción (tal como la manifiestan en encuestas empresarios y analistas internacionales) que oscila entre 10 (“highly clean”) y 0 (“highly corrupt”). De nuevo, los países nórdicos aparecen como los menos corruptos a nivel mundial (aunque aquí Noruega es 8ª con un índice de 8.9, por detrás de Sucia, 6ª y 9.2, Dinamarca, 4ª y 9.5, y Finlandia, 2ª y 9.6). No es cuestión de entrar en las diferencias entre los países nórdicos (aunque llama la atencuión que aquí Noruega cambie su posición relativa). Mucho más relevante es buscar en que posiciones se sitúan otros paises ricos en recursos petroleros y que si sufren la maldición: Sobre un total de 158 países, Bolivia ocupa el puesto 117 (índice 2.5), Venezuela el 130 (2.3) y Guinea Ecuatorial y Nigeria el 152 (1.9). Si comparamos a Noruega con Bolivia, Venezuela, Guinea o Nigeria las diferencias son claras: Noruega utiliza sus recursos naturales sigueindo una estrategia de futuro, posiblemente, poco inteligente, pero el estado actúa de un modo honesto y por tanto los beneficios llegan a la población. En los otros casos (con sistemas económicos también cuasi– o absolutamente socialistas), al uso poco inteligente se añade un grado de corrupcuión escandaloso que hace que los beneficios no lleguen a la población más que en una pequeña propoción. Recordemos que, por ejemplo, Venezuela ocupa el puesto 77 (sobre un total de 177 países) en el índice de desarrollo humano, Bolivia el 113, Guinea el 121 y Nigeria 158.
Un análisis como el que podemos hacer aquí debería ser un aviso a navegantes. No tanto para los dirigentes corruptos y/o populistas (casi siempre “gozan” de ambas características) muy poco preocupados por el desarrollo de su país y el bienestar de sus conciudadanos. Más bien el aviso va dirigido a todos aquellos que, desde los países occidentales y gozando del bienestar que genera la escasa (en términos relativos) corrupción de los gestores públicos, la libertad de mercado y la iniciativa privada, son comprensivos o incluso defienden de modo entusiasta actitudes populistas de nacionalización de los recursos naturales. Por lo que parece la solución puede ser mucho peor que la enfermedad y, aún en el caso improbable de ausencia de corrupción, el modelo noruego no conduce a un sistema socioeconómico innovador y competitivo que pueda afrontar un futuro, que llegará tarde o temprano, sin recursos naturales.
[La idea de este post surgió de una conversación con Alfonso Bravo, profesor de Economía de la Universidad de Salamanca. Alfonso es un gran especialista en evaluación de políticas de innovación que me puso en la pista del Innovation Scoreboard y del "caso nórdico"].