El catastrofismo tiene un pequeño problema: si al final se demuestra que “las cosas no van tan mal” o incluso están mejorando, el éxito se lo apuntarán otros. Esto, unido a una buena dosis de análisis de la realidad, está haciendo que diversos intelectuales ligados a la izquierda / progresismo europeos estén modificando su discurso reconociendo que la sociedad (del primer y del tercer mundo) está progresando más de lo que tienden a reconocer, que algunos discursos tradicionales se han quedado totalmente trasnochados y que se necesita una actualización urgente de la ideología progresista.
La primera señal la dió el Manifiesto de Euston (del que hablamos aquí y aquí). Después Vicente Verdú lo dejó muy claro en El País (¿Los progresistas son reaccionarios?, acceso abierto aquí) al denunciar temas como: el nuevo sexismo feminista paternalista, la extensión de la arcaica institución del matrimonio, el nacionalismo, los hechos diferenciales de todo tipo y pelaje, la energía nuclear, el consumismo, …
Ahora Johan Norberg comenta un reciente artículo de una revista de centro-izquierda sueca que reconoce que el mundo globalizado “dejado a merced del mercado” está mejorando:
The latest edition of Arena, the biggest centre-left magazine in Sweden, includes a very interesting article by Magnus Jiborn and Lars Truedson. They write that the left is wrong in saying that things are getting worse, in fact the world is improving and we see less poverty, less war and longer lives.
Jiborn and Truedson say that the left has denied this development partly because it thinks that a world full of disasters and problems make it easier to build support for an interventionist agenda. But the article argues that this has given "neo-liberals" in general and myself in particular the benefit of having facts on our side of the debate, and therefore credibility. Jibon and Truedson concludes that the left has to learn from yours truly to regain the advantage in the debate.
Pero parece que esta autocrítica no hace ni la más mínima mella en los políticos europeos y sus partidos, que se están convirtiendo, por su rechazo a ver la realidad y asumir el cambio, en los más conservadores y reaccionarios. Deberían tomar buena nota de discurso inteligentes que nos llegan de otras latitudes (posiblemente el paternalismo se lo impide). Un ejemplo, de nuevo, es Fernando Flores, senador chileno en plena campaña por la presidencia del Partido por la Democracia (PPD). Desde el blog de campaña explica por que los progresistas deberían apoyar a los emprendedores: “ser de izquierda y generar riqueza no es una contradicción” (o no debería serlo, pero lo es viendo algunos ejemplos europeos):
El emprendedor es una especie de productor de cine; alguien que, sin mucho capital, busca la oportunidad de realizar una obra. Para lograrlo convoca a otras personas: inversores, directores, artistas, técnicos... Supervisa el guión y mantiene la mirada puesta en el público, al que quiere interesar y gustar, al tiempo que gozar él mismo con lo que hace. Algo parecido representaría quien diseña moda. El emprendedor del que hablo es un innovador cultural -como lo puede ser el artista o el líder político- capaz de poner en movimiento nuevas pautas culturales y crear mutaciones, porque en sus actitudes está presente la preocupación por el modo de vida de la comunidad.
…
El verdadero emprendedor está más cerca de lo que se supone del político de izquierdas que busca cambiar la realidad para mejorar la situación de los seres humanos, o de los creadores culturales que llaman la atención sobre las desigualdades o la opresión. Como ninguno de ellos trabaja en contra sino a favor del cambio histórico, se convierten en sus agentes aceleradores. Es difícil no admirar sus esfuerzos cuando advertimos su capacidad para crear nuevas pautas culturales, nuevos modos de ver o hacer las cosas.
Las oportunidades de empujar el cambio en el mundo crecen. Con la globalización y la eliminación de todo tipo de barreras para el desarrollo de los mercados, con la disminución de costes de la comunicación electrónica, la posibilidad de iniciar empresas pequeñas de alcance global se acerca a nuestras manos. Internet es el precursor del cambio, pero no es el cambio en sí.
Por lo expuesto se deduce que los socialdemócratas deberían conocer mejor a los capitalistas de riesgo. Como los banqueros clásicos, ellos tienen la obligación de conservar el capital, lo que los inclina a una actitud política conservadora. Pero al mismo tiempo el capitalista de riesgo ha aprendido que para preservar el capital debe generar capital; es decir, debe arriesgarse.
Es extraño que la gente de izquierda nunca haya tomado en consideración a esos emprendedores que en cada barrio de la ciudad ayudan -a su manera- a la comunidad en la que viven, como hacen los artistas y otras figuras culturales. Es curioso que, si los progresistas han cultivado las relaciones con el mundo de la cultura, nunca se hayan acercado a los emprendedores, salvo en contadísimas excepciones, como en Italia del norte.
La izquierda, ocupada en regular y controlar ad limitem el mercado (el ámbito en que se mueven los emprendedores), con indiferencia y, a veces, con hostilidad, arroja a los empresarios en brazos de la derecha. Esta falta de reconocimiento tiene sus consecuencias.
El post de Fernando Flores acaba con un aviso a navegantes (tremendamente útil en Europa, donde, aún, la mayor parte de jóvenes prefieren ser funcionarios … ¿y de izqueirdas?):
Cada día mayor número de jóvenes de ambos sexos, con talento y herederos de una cultura de izquierda, se integran a la empresa privada en lugar de ir al servicio público. Cuando lleguen a identificarse políticamente lo harán en aquellos partidos capaces de comprender la función empresarial y defender sus enormes posibilidades. Hoy se inclinarán por la derecha. Se integrarán al ethos conservador y a los partidos que tutelan el orden, aunque al joven emprendedor ese orden -rígido, inmovilista y egoísta- no le vaya porque su tendencia natural esté con la necesidad de cambiar las cosas. Esto les hace vivir contradictoriamente, pero se mantienen donde están. Mientras la izquierda no distinga a los emprendedores de los simples rentistas del capital, seguiremos careciendo de su confianza.
Como la producción de nuevas formas de capital exige hoy grandes riesgos, el capitalista que está dispuesto a asumirlos se ve obligado a buscar agentes emprendedores y, tarde o temprano, pasa él mismo a comportarse como un empresario para generar capital. Sería conveniente que los socialdemócratas reconocieran, apreciaran y cultivaran a estos agentes del cambio, porque de la transformación del capital que ellos están produciendo podría derivarse una redistribución de acceso al capital. Los expertos empiezan a ver aquí una nueva especie de capital: el capital intelectual. Es apenas la punta del iceberg.