El arquitecto, y hasta hace poco presidente de FAD (Fomento de las Artes Decorativas), Juli Capella publicó en El Periodico de Cataluña hace unos días el artículo Arquitectos estrellados (que reproduce AE Arquitectura Scalae). La corrección política no se asoma por el texto que desenmascara la costosísima banalidad con la que las estrellas de la arquitectura y muchos políticos confunden el urbanismo. El mal es mundial pero el caso español es posiblemente uno de los ejemplos más depuradoros. Con todo, hay casos y cosas aún más preocupantes que los arquitectos estrella:
- los políticos en busca desesperada de un arquitecto estrella, dispuestos a gastar lo que sea preciso y a olvidarse de cualquier necesidad ciudadana con tal de conseguir su icono arquitectónico que puedan inaugurar poco antes de unas elecciones,
- los ciudadanos deslumbrados por las obras estrella que visitan asombrados guardando largas colas tras su inauguración para, poco después, olvidar totalmente los servicios que, al menos oficialmente, dicen ofrecer estos edificios, y
- los arquitectos “normales” que actúan como estrellas tratando a sus clientes privados como si fuesen instituciones públicas sobradas de dinero y faltas de ideas y sensibilidad para las necesidades de los ciudadanos.
Estas son algunos de los párrafos más jugosos del artículo de Capella (aunque es recomendable no perderse el conjunto del texto):
El fenómeno del arquitecto estrella sigue imparable rozando el ridículo sideral. Políticos y arquitectos conjuran sus respectivos egos, enormes, para dejar huella en la sociedad que los elige y sustenta. Embaucadores o arrogantes, pensando en quedar petrificados para la gloria futura, o creyendo que con la varita mágica de una firma, resolverán un acuciante problema urbanístico.
Hace poco, Parallel 40 dentro del ciclo “el documental del mes” proyectó en la Filmoteca y el cine Verdi [Barcelona] una reveladora película :“El socialista, el arquitecto y la torre torcida”, de Fredrik Gertten, que muestra lo que no dijo la prensa cuando hace unos meses se inauguró a bombo y platillo la torre Torso de Santiago Calatrava en Malmö. Para los diarios y la TV todo fueron elogios, pero el documental muestra otra realidad, como una cooperativa socialista de viviendas, decidió encomendarle a Calatrava la construcción del edificio, y como éste acabó erigiendo su monumento. La cooperativa perdió 40 millones de euros, sufrió un retraso de tres años y falta de servicio del arquitecto, quien se exculpada diciendo: “esto no se ha hecho nunca, es un edifico excepcional”. Cuando le afeaban su conducta ególatra acababa acusando a Suecia “de no ser un país para visionarios, no acepta cosas nuevas”. Es conocido que este arquitecto presume de tener línea directa con el poder y dobla alegremente los presupuestos de sus obras. A mi me parece fantástico si el cliente privado traga, pero no cuando toca pagar con dinero público.…
Participación no entra en el vocabulario de muchos arquitectos vedette. Quien los solicita debe rendirse a su obra incondicionalmente. Les estorba la opinión pública, los vecinos, los servicios técnicos y los demás arquitectos, -Nouvel no quiere otra torre al lado de la suya de Agbar-. Si no se acepta su criatura, se enfadan y se van. En la polémica de la remodelación del Paseo del Prado, Álvaro Siza ha sido tajante: “no pienso cambiar el concepto”, a lo sumo, a regañadientes, admitirá algunos retoques menores, él no puede haberse equivocado.
…La conclusión es que la arquitectura está haciendo un tránsito hacia otras disciplinas como la moda y el arte. Hay que cambiar de estilo cada seis meses, tener alguna pieza al último grito, sea high-tech, posmodern, deconstructivismo, minimalismo,… lo que toque. El profesional ya no resuelve los encargos recibidos cumpliendo los requisitos funcionales y económicos con creatividad. El encargo se ha pervertido e invertido, ahora es el propio arquitecto quien dice lo que quiere hacer, cual artista en su taller, que libre de encargo, hace lo que le viene en gana, y después intenta vender a quien quiera pagarlo. Pero nuestra estrella actual ya tiene vendido el género de antemano. Tiene barra libre para sus piruetas y caprichos, vengan o no a cuento con lo que se les pidió, mientras garantice al cliente notoriedad mediática.