[Este post ha sido escrito conjuntamente, aunque asíncronamente en el espacio y en el tiempo, con Ramom Nogueira]
Después de décadas de inversión pública (y pagada con fondos de la Unión Europea) en infraestructuras en España, estamos llegando a la conclusión de que equivocamos la estrategia. El ejemplo de Irlanda o Estonia en Europa, y de India y muchos otros países en el resto del mundo nos han demostrado que: 1) existen formas más rentables social y económicamente de invertir los cuantiosos fondos que se han recibido en la “Europa pobre”, y 2) son imprescindibles muchas otras reformas que no cuestan dinero (mercado laboral, burocracia, etc). Tampoco el caso español es homogéneo: no todas las comunidades han gestionado la inversión del mismo modo ni con los mismos objetivos. Galicia constituye uno de los casos extremos de inversión casi exclusiva en infraestructuras y subvenciones (directas e indirectas) a sectores sociales “desfavorecidos”.
Pero, ahora que los fondos europeos anuncian su próximo fin, muchos reconocen los errores y reclaman que las últimos esfuerzos inversores se gasten en lo que realmente importa. La nueva moda es la I+D+I o, más simplemente, la innovación. De nuevo, ante este escenario vuelven a aparecer diferencias regionales: Madrid o Cataluña, entre otras comunidades, se adelantan y lanzan políticas de innovación que les permiten recolectar las subvenciones, mientras que otros, de nuevo Galicia, llegan tarde. Fernando González Macías publicó en La Opinión de A Coruña un artículo donde, parafraseando el famoso eslogan de Clinton (La innovación, estúpidos. La innovación) reclamaba que el gobierno gallego abordase prioritariamente las políticas de I+D+I que le permitirían obtener subvenciones y dejase de perder el tiempo en discusiones estériles:
Mientras en Galicia la política miuda se ocupa de los peajes, los plazos del AVE o la normalización lingüística, casi sin saberlo nos estamos jugando buena parte de nuestro futuro en el reparto del Fondo Tecnológico que la Unión Europea destina a España para que lo invierta en sus comunidades más atrasadas. Porque ya nadie en sus sanos cabales discute que las infraestructuras de asfalto, acero y hormigón, por sí solas, no generan riqueza, y por más que se mejoren las comunicaciones con la Meseta nunca conseguirán conjurar nuestra condición periférica si, como hasta ahora, seguimos considerando a Madrid el ombligo de la prosperidad ibérica.
Gente poco sospechosa de hostilidad al bipartito advierte que, a poco que la Xunta se descuide, nos van a birlar los 300 millones de euros que nos corresponden a los gallegos para proyectos de I+D+I, o sea, investigación, desarrollo e innovación, el trípode clave para asentar el único modelo de crecimiento económico que nos permitiría converger algún día con la Europa próspera, algo que ha quedado patente en el caso de Irlanda, espejo en el que por tantas razones Galicia debería mirarse más de lo que se mira (por cierto, un país un excéntrico y periférico donde los haya).
Cataluña, Euskadi y Madrid están presionando al Gobierno Zapatero. Aducen que, si los gallegos, los andaluces, los extremeños o los castellanomanchegos no somos capaces de generar proyectos innovadores, es mejor que esos dineros se los repartan entre ellos y que no reviertan a Bruselas. Y en eso no les falta razón. En el caso de Galicia, hay motivos de preocupación porque se constata que una administración autonómica con dos centros de mando no consigue aglutinar las iniciativas de las universidades, las instituciones científicas y las empresas, que no se dejan coordinar, que parecen tener aversión a cooperar y no precisamente por un sano concepto de la competencia.
El artículo es bienintencionado y denuncia la falta absoluta de visión de nuestros políticos, pero en el fondo trasluce la particular “cosmovisión” de una parte de la sociedad española en general, y de buena parte de la sociedad gallega muy en especial, de la economía y la política en un mundo global:
- nuestra riqueza y bienestar depende única y exclusivamente de la ayuda externa (europea en estos momentos) en forma de subvenciones (es buen momento para recordar que hace pocos años, una buena parte de la población bendecía una marea negra por la riada de millones que traía asociada),
- nuestros vecinos ricos nacionales e internacionales están “obligados”, invocando las manidas solidaridad y deuda histórica, a aportarnos esos recursos que necesitamos, por supuesto sin someternos a ningún tipo de rendición de cuentas, y
- nos olvidamos de que nuestros principales problemas son internos: formación, capacidad creativa, espíritu emprendedor, asunción de riesgos. En resumen, estamos muy lejos de la madurez que como ciudadanos y como colectivo se necesita para afrontar un mundo complejo con una mínima esperanza de éxito.
Tristemente, aunque no parece el caso del periodista de La Opinión, la mayoría de políticos y agentes sociales y económicos en nuestro entorno apuestan por la innovación para poder recaudar nuevas subvenciones, como antes apostaron por las carreteras, los paseos marítimos o el AVE. Volviendo a Bill Clinton podríamos gritar a todo el que quiera escucharnos “son las subvenciones, estúpidos”.
Por poner un ejemplo concreto, fácilmente investigable por cualquier internauta, es fácil recopilar un listado de ejemplos fracasados de proyectos públicos y privados de implantación de Internet en Galicia. Un amigo lo hizo hace unos días y el resultado es impresionante. Para evitar suspicacias prefiero no incluir el listado, pero cualquiera puede confeccionarlo buscando entre las convocatorias de los últimos años de proyectos de innovación. Estamos a la cola española y europea de usos de la tecnología de la información por los ciudadanos y las empresas, a pesar de que se han dilapidado millones de euros publicos en proyectos de los que ahora sólo se conserva una caché en Google o en Archive o que malviven, con menos visitas que un blog de la lista C, en la web.
Además la nueva “moda” de la inversión en innovación, especialmente en el ámbito de las tecnologías de la información ha generado una perversión aún mayor que la fase previa de subvención a las infraestructuras. Las subvenciones a proyectos tecnológicos tienen una enorme ventaja para sus receptores con escasos escrúpulos: es más fácil engañar con una hoja de Excel o un website que con ladrillos.