Es preocupante la ausencia de políticos capaces de comprender la realidad para, sobre esa base, desarrollar su acción política. Más bien el proceso suele suceder en dirección opuesta: se ensayan diferentes opciones, basadas en una postura ideológica, y, poco a poco y en el mejor de los casos, aquellas que dan resultados más “razonables” se ven seleccionadas positivamente. Hace unos meses el Manifiesto de Euston (que comenté aquí y aquí) criticaba desde dentro a la izquierda europea, logrando un cierto debate intelectual y el desprecio más absoluto por parte de la “clase política”. Sus promotores denunciaban, en realidad, la incongruencia entre algunas posturas oficiales de los partidos de izquierda europeos (y de muchos de sus intelectuales de cabecera) y la realidad social y económica.
Pero, a pesar de todo, si existen algunos, muy pocos, políticos en activo que son capaces de tener una visión crítica de la realidad y del papel de sus formaciones. Son pocos en unos y otros bandos, pero merece la pena detenerse y escucharlos con mayor atención de la que se suele conceder al resto. Un ejemplo nos lo proporciona Daniel Innerarity en un artículo (Pensar en medio de la política) publicado el 29 de Julio en el suplemento Babelia de El País donde analiza el libro El reotrno de la historia. La renovación de Occidente que acaba de publicar Joschka Fischer, ex-Ministro de Asuntos Exteriores alemán y ex-líder del partido verde (y futuro profesor en la Universidad de Princeton). Innerarity resalta, entre otros méritos del libro y del pensamiento de Fischer, su capacidad de aprender de la realidad. Así, algo que en otros ámbitos sería puro sentido común e inteligencia, en un político se convierte en “radicalidad”:
Hay que haber comprendido bien la naturaleza de los problemas que tenemos antes de lanzarse a solucionarlos. Porque detrás de muchas malas políticas no hay otra cosa que conceptos equivocados. Por eso la política está hoy especialmente obligada a introducir espacios de reflexión. De entrada, no parece ésta una actitud propia de la mayor parte de los actores políticos, dominados por una agitación superficial y especialmente sometidos a la dictadura de lo inmediato. Pero en el fondo todos sabemos que con el activismo no se combate la perplejidad, sólo se disimula. Nunca vamos tan rápidos como cuando no sabemos adónde vamos. Por eso una de las tareas de toda crítica política es criticar esa falsa movilidad, desenmascarar aquellas formas de seudoactividad cuya aceleración y firmeza se deben precisamente a que no se tiene ni idea de lo que pasa. Puede que en otras épocas pensar fuera una pérdida de tiempo; en la nuestra -cuando no podemos contar con la estabilidad de marcos y conceptos, ni confiar cómodamente en las prácticas acreditadas- pensar es un ahorro de tiempo, un modo radical de actuar sobre la realidad.
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…una nueva manera de pensar y practicar la radicalidad en política, que no tiene por qué ser lo contrario del principio de realidad. ¿Por qué va a ser una postura política tanto más radical y transformadora cuando más desconoce de qué va la cosa? Por eso cabe decir que la mejor utopía comienza por una buena descripción de la realidad. Una de las cosas que pueden aprenderse de Hegel es que proporciona más satisfacciones aprender de la realidad que adoctrinarla. Pero la realidad no es lo fáctico ni se reduce a lo actualmente posible. También pertenecen a la realidad sus posibilidades y sus imposibilidades provisionales, su indeterminación y apertura. Una buena descripción de la realidad puede ser una de las mejores transformaciones que cabe llevar a cabo de esa realidad y, en cualquier caso, el comienzo adecuado para toda política que pretenda abrir nuevos espacios o ensayar configuraciones inéditas. En este sentido, su crítica a la tesis acerca del fin de la historia equivale a una declaración de que el futuro todavía puede sorprendernos. La política es civilizar el futuro, frente a su monopolización ideológica o a la inercia institucional, que tratan de reducir el futuro a una mera continuación del presente.
Puede que por esa razón Joschka Fischer sea un político de izquierda un tanto “peculiar”, que, por ejemplo, tiene una visión bien informada y reflexionada sobre el conflicto en Oriente Medio, que le llevan a huir de posturas simplistas, demonizadoras y demagógicas y a hacer propuestas posibilistas y con futuro (y por supuesto discutibles; esa es una de las grandes virtudes de este modo de hacer política, que se puede discutir de modo constructivo). Lo demuestra en un artículo de opinión que publicó el mismo día también en El País, De la guerra a la paz (accesible de modo gratuito aquí, dado que se publicó unos días antes en El Mercurio).
Fischer representa, por su forma de entender la política, un avance, pero, en mi opinión, se sigue quedando a medio camino. Es necesario observar la realidad y entenderla de modo objetivo, pero para ese fin es imprescindible dotarse de las herramientas intelectuales apropiadas. Manuel Castells, en un libro de conversaciones con Mayte Pascual publicado hace poco (En qué mundo vivimos, Conversaciones con Manuel Castells, Alianza Editorial, resumen del libro aquí) compara la actitud de Europa y EEUU ante las ciencias sociales y propone que uno de los problemas europeos es el desprestigio que “persigue” a las herramientas analíticas de observación de la realidad entre el mundo intelectual. En Europa se considera que el razonamiento puro es la vía correcta para comprender la realidad sin necesidad de descender al terreno de los datos y los análisis empíricos. En EEUU la situación se invierte y por esa razón la investigación social goza de mucho mayor prestigo, está mucho más desarrollada y, como consecuencia, los norteamericanos cuentan con una mejor información y compresión de su realidad social. Otra cuestión, ya en manos de los políticos, es como se utilice ese conocimiento; pero incluso algunos políticos se apuntan a este modo de afrontar la realidad y así surge de vez en cuando una revolución del sentido común, como la del alcalde de Nueva York Michael Bloomberg que se basa en, simplemente, obtener la mejor información posible de la ciudad para usarla en la toma de decisiones y en la evaluación de las políticas.
No parece casualidad que tanto Fischer como Castells, desde posturas de izquierda, coincidan en tantos aspectos que, a su vez, los diferencian de otras posiciones de, en apariencia, similar ideología: su visión del conflicto de Oriente Medio, su defensa de muchos aspectos de la globalización o su admiración por EEUU. En este sentido, son de los pocos personajes públicos europeos que, sin ser firmantes, parecen situarse en la línea de Euston y defienden modelos realmente progresistas, de cambio y transformación social, algo que ha olvidado buena parte de la izquierda.