En ABCD han publicado una entrevista (Bauman: «europa salvará al mundo si aprende de su historia») de Sergi Doria con el octogenario e hiperactivo sociólogo polaco Zygmunt Bauman, catedrártico emérito en la Universidad de Leeds. Con la “excusa” de discutir el futuro de Europa, Bauman explica en la conversación su visión del mundo contemporáneo. El término modernidad líquida resume sus ideas:
… [Bauman] le puso hace una década el cascabel al gato: trocó la palabra-paraguas posmodernidad por modernidad líquida. «La posmodernidad ?le dijo a su colega Keih Tester? implica el final de la modernidad, dejar la modernidad atrás, estar en la otra orilla. Pero esto es patentemente falso. Somos tan modernos como siempre, "modernizando" obsesivamente cuanto cae en nuestras manos?». Tampoco le convencía la «modernidad tardía» que postulaba Anthony Giddens y entendía mejor la «segunda modernidad» de Ulrich Beck y la surmodernité de George Balandier? Tras ponerle el cascabel, Bauman se llevó el gato al agua: su modernidad líquida apunta «tanto hacia lo que resulta continuo (fundir, desarraigar) como a lo que se revela discontinuo (no solidificar el material fundido, no volver a arraigar». Con Amor líquido y Miedo líquido, él aporta más caudal al discurso sobre una sociedad cuyos vínculos laborales y personales nacen con cláusula de rescisión; un planeta donde los humanos son un residuo más o desperdician vidas errabundas: lo que Sennett -el autor preferido de Bauman- denominó «la corrosión del carácter».
El paso del comunismo y la planificación centralizada a la democracia y el capitalismo en los países del este de Europa significó el mayor experimento de transformación de la modernidad sólida a la líquida:
Utilizando su terminología, se están «licuando».
El sistema comunista sustentó un aparato industrial no competitivo. Produjo masivamente acero y carbón; concibió la sociedad del siglo XX como una inmensa fábrica donde todos seríamos productores: yo le llamo modernidad sólida, lo que sería el hardware del ordenador. En el tránsito hacia la modernidad líquida, el sistema se reveló obsoleto: al concurrir en el mercado global, los países comunistas vieron que sus productos no eran competitivos. El PIB cayó y, con la incorporación al sistema capitalista, creció de forma dramática: al tener mano de obra barata, se produjo una acelerada inversión de capitales. Llegó la inseguridad, el outsorcing, la externalización. La modernidad líquida, el software social.
Aunque Bauman ha tenido gran influencia en el movimiento anti-globalización, en realidad su valoración del mundo global líquido es en el fondo positiva. Dos son las ventajas fudamentales: coloca a los individuos como protagonistas y limita el papel de los políticos, que ya no “deben” cambiar el mundo y “sólo” deben ocuparse de los problemas de los ciudadanos. En resumen, la modernidad líquida incrementa la libertad individual. Pero esta transformación ha sido traumática para muchos políticos e intelectuales con dificultades para comprender este “nuevo mundo”:
Y los sociólogos quedaron perplejos?
La modernidad quiso sustituir el trabajo social imperfecto por un orden al dictado de la razón, un despotismo ilustrado al que contribuyó la sociología. El sociólogo se convirtió en el asesor de los directivos de grandes empresas y de los generales de los ejércitos? Pero no creo que hoy los gobiernos pretendan cambiar la condición humana. Desde los años treinta se produce la Segunda Revolución de la Gestión: los propietarios de las fábricas tienen el poder, pero lo gestionan los especialistas. Hoy, como ya he dicho, los directivos ya no gestionan, subcontratan. Los subordinados deben autogestionarse. Para Giddens, era el tránsito de la política con mayúscula a la política con minúscula: encontrar soluciones desde la individualidad a problemas creados socialmente. Para algunos sociólogos ha sido una catástrofe. Para mí, una oportunidad: los verdaderos políticos son los que están en la política de la vida.
Ilustra sus teorías con la literatura: Kafka, Borges, Ibsen, Calvino?
Descubrieron mucho antes que los sociólogos que los actores principales de la vida humana son los individuos.
Posiblemente la influencia “antiglobalizadora” de Bauman se deba a que identifica los pros y contras de la modernidad líquida, y algunos se han fijado sólo en los contras, olvidando las ventajas que Bauman resalta. La libertad individual supone una ventaja pero también un inconveniente por la carga de responsabilidad intransferible y de incertidumbre ante el futuro que acarrea (especialmente al reducirse la seguridad que porporcionaban las instituciones públicas). En otro artículo en ABCD, Sociología de la moral, Helena Béjar revisa dos libros de Bauman (Etica posmoderna y Europa. Una aventura inacabada) y describe este conflicto:
… los males de la modernidad líquida. Entre ellos, la pérdida del estado social, que protege a cada ciudadano contra los golpes del destino individual. Enterradas las condiciones del estado social, vivimos en una inseguridad extendida. Las instituciones que antaño definían las reglas han sido reemplazadas por el popularizado deber individual de la autoayuda y el cuidado de sí mismo, que no son sino flotadores arrojados sobre una contingencia permanente. Según Bauman, lo que ofrecía el estado social era no tanto redistribución de la riqueza como protección. Ahora los individuos han perdido de vista no sólo el sentido de la solidaridad sino también la conciencia de la propia competencia, y vagan en el mar de la inadecuación, pugnando por no convertirse en seres permanentemente superfluos.
Por supuesto, este balance será diferente para cada individuo, de modo que los “trabajadores genéricos”, en terminología de Manuel Castells, serán los perdedores al ser prescindibles, mientras que los “trabajadores autoprogramables” pueden beneficiarse de la liquidez social y económica. Quizás la ventaja definitiva de la modernidad líquida sea que el carácter genérico o autoprogramable no es una propiedad inmutable, dado que una parte creciente de la población cuenta con las oportunidades para transformarse.
El sociólogo Richard Sennett, a pesar de ser una referencia para Bauman, llega una conclusión diferente proponiendo que la modernidad líquida no proporciona mayor libertad. Así lo explica en su reciente libro The culture of the new capitalism (publicado por Anagrama en español); en concreto en el párrafo final de la introducción (accesible aquí en versión pdf):
The apostles of the new capitalism argue that their version of these three subjects – work, talent, consumption – adds up to more freedom in modern society, a fluid freedom, a”liquid modernity” in the apt phrtase of the philosopher Zygmunt Bauman. My quarrel with them is not whether their version of the new is real; institutions, skills, and consumption patterns have indeed changed. My argument is that these changes have not set people free.
Puede que Sennett y Bauman discrepen, en realidad, en su concepto de libertad individual y, sobre todo, en su necesidad. Bauman parece colocar la libertad individual como un valor primordial, mientras Sennett la valoraría sólo como un medio para lograr otros fines. Y para Sennett la modernidad líquida incrementa el riesgo y la incertidumbre y favorece las adaptaciones a corto plazo de los ciudadanos, abandonados por el paraguas protector de la comunidad, las grandes empresas o las instituciones públicas. Pero, nadie ha dicho que ser más libre sea fácil; cada uno debería poder decidir en que grado de liquidez desea vivir siempre que encuentre a otros que quieran compartir el modelo y sus decisiones no limiten la capacidad de elección de otros. Por eso las “nuevas naciones” podrían ser una solución, al menos como filosofía.