La población estadounidense acaba de alcanzar los 300 millones de personas. Pero el mundo sigue existiendo tal como lo concíamos hace 30 años. Quizás habría que matizar esta afirmación: realmente las condiciones medias de vida para la población mundial han mejorado apreciablemente. Pero aún así, una parte de la población, que incluye a influyentes intelectuales, políticos o científicos, se alarman constantemente por los peligros de la sobrepoblación (utilizando un término de moda: el crecimiento demográfico “salvaje”). Valga como ejemplo el caso que comentaba en La Tierra sin gente: la neoreligión del ecologismo apocalíptico. Pero esta postura no es nada nuevo, se repite en las últimas décadas sin que sus defensores se dejen convencer por las evidencias ni mucho menos por los estrepitosos fracasos de sus predicciones.
Por eso, a pesar del hastío que puede llegar a provocar este constante debate (además de lo inútil que resulta enfrentar ciencia con “religión”, dos formas de entender la realidad alternativas y difícilmente conciliables), conviene de vez en cuando recordar la historia y los datos que nos deberían ilustrar la realidad. Y el acontecimiento de los 300 millones puede ser una buena excusa. Eso le ha parecido a John Tierney, que ha publicado un artículo en The New York Times, The Kids Are All Right ($), y a Don Boudreaux que en Cafe Hayek (Tierney, Simon, and 300 Million Resources) comenta el artículo de Tierney y nos recuerda el trabajo de Julian Simon, que dedicó buena parte de su esfuerzos a introducir un poco de sentido común y racionalidad en la discusión sobre el problema demográfico denunciando los excesos y ausencia de argumentos válidos por parte de la cohorte de apocalípticos que proliferaron en las últimas décadas.
El artículo de Tierney (que Cafe Hayek reproduce en sus partes más interesantes), propone que el debate demográfico debe servirnos de aprendizaje para los debates sobre energía o cambio climático que arrecian en los inicios del siglo XXI:
“Overpopulation” is history’s oldest environmental crisis, and it’s the most instructive for making sense of today’s debates about energy and climate change. It’s a case study of intellectual arrogance, and of the perils of putting too much faith in a “scientific consensus” of experts infatuated with their own forecasts.
Pero, el artículo de Tierney tiene la virtud de recordarnos los “pequeños detalles” (que muchos querrían ver olvidados o borrados de las hemerotecas) y que demuestran de lo que puede ser capaz la arrogancia intelectual de los “poseedores de la verdad”:
Four decades ago, scientists were so determined to prevent famines that they analyzed the feasibility of putting “fertility control agents” in public drinking water. The physicist William Shockley suggested using sterilization to impose a national limit on the number of births.
Planned Parenthood’s policy of relying on voluntary birth control was called a “tragic ideal” by the ecologist Garrett Hardin. Writing in the journal Science, Hardin argued that “freedom to breed will bring ruin to all.” He and others urged America to adopt a “lifeboat ethic” by denying food aid, even during crises, to countries with rapidly growing populations.
Those intellectuals didn’t persuade Americans to adopt their policies, but they had more impact overseas. Under prodding from Westerners like Robert McNamara, the head of the World Bank, countries adopted “fertility targets” to achieve “optimal” population size. When an Indian government official proposed mandatory sterilization for men with three or more children, Paul Ehrlich criticized the United States for not rushing to help.
“We should have volunteered logistic support in the form of helicopters, vehicles, and surgical instruments,” he wrote, and added: “Coercion? Perhaps, but coercion in a good cause.”
Como contrapunto, conviene releer uno de los últimos ensayos de Julian Simon, The Doomslayer, publicado en Wired en Febrero de 1997:
[R]esources, for the most part, don't grow on trees. People produce them, they create them, whether it be food, factories, machines, new technologies, or stockpiles of mined, refined, and purified raw materials.
"Resources come out of people's minds more than out of the ground or air," says Simon. "Minds matter economically as much as or more than hands or mouths. Human beings create more than they use, on average. It had to be so, or we would be an extinct species."
The defect of the Malthusian models, superficially plausible but invariably wrong, is that they leave the human mind out of the equation. "These models simply do not comprehend key elements of people - the imaginative and creative."
As for the future, "This is my long-run forecast in brief," says Simon. "The material conditions of life will continue to get better for most people, in most countries, most of the time, indefinitely. Within a century or two, all nations and most of humanity will be at or above today's Western living standards.
"I also speculate, however, that many people will continue to think and say that the conditions of life are getting worse."
Para cualquier lector desprejuiciado, o que olvide por unos instantes sus prejuicios ideológicos o morales, es evidente quién acertó en sus previsiones. Aún así, una vez hecho este ejercicio, aquel lector que retome su fe religiosa o laica encontrará “argumentos” para seguir profetizando el apocalipsis demográfico que se avecina.