Alex Steffen, en Worldchanging, reflexiona sobre los peligros del pensamiento ecologista apocalíptico que defiende, de un modo más o menos explícito, que la "solución final" para el planeta Tierra es una fuerte reducción de la población humana o, más drásticamente, su extinción definitiva (un buen ejemplo de esta posición es The Voluntary Human Extinction Movement). Esta discusión es interminable pues se basa en encubrir bajo un manto de cientifismo (es obvio que el ambiente natural, entendido como aquel no afectado por la presencia del hombre, se conservará mejor en ausencia del propio ser humano) una polémica moral (y finalmente religiosa, aunque de una religión laica que adora a la naturaleza como principio y fin de todas las cosas).
En esta ocasión, Steffen nos alerta después de la aparición de un artículo en el Times británico, donde se publicó el gráfico, y un otro en New Scientist, Imagine Earth without people, que están generando muchos comentarios entre la blogosfera “verde” (un nuevo capítulo de este debate neoreligioso). Los artículos presentan un escenario de desaparición de los humanos sobre la Tierra para estimar los tiempos de “recuperación” de diferentes variables relacionadas con la salud ambiental de los ecosistemas. Entendido como un ejercicio de prospectiva resulta interesante, pero tomado como evidencia de la “necesidad” de nuestra desaparición resulta preocupante:
But this sort of Worldending thinking is poisonous. Like so many other ego-apocalyptic fantasies, it plays off two toxic memes: the idea that collapse is a positive force, and the idea that people have no ecologically acceptable place on this planet. Better writers than me have explored why both of these ideas are insane. What isn't explored often enough, though, is the effect these ideas and their like have on our culture: they sap our will to do better.
Collapse and extinction scenarios stoke our resignation, and let us off the hook for taking the tough, hard steps we'll be called to take over the next century if we are to build a sustainable civilization. We can't build what we can't imagine, but there's a corollary as well: what we imagine has a way of deeply influencing us (or, as Montaigne put it, "A firm imagination often brings on the event.").
Por supuesto, existe una línea argumental alternativa, más positiva para nuestro futuro:
A culture full of engaged, creative optimists with visions of a bright green future will produce a very different world than a culture of jaded misanthropes waiting for the Planetary Melt-Down. Optimism is a political act, challenging as it does the primary defense of the status quo -- that change is impossible. It is also a creative one. Yet our culture is full of portrayals of the end, and almost completely empty of images and stories and plans that show today to be the beginning of a new era. That's dysfunctional.
We know that we can do profoundly better than we are, that indeed, there's no technical reason why we can't build a society whose impacts on the natural world are positive.
So, yes, it's interesting to read a story about how long it would take for our skyscrapers to fall into ruins -- but it'd be thrilling to read a story about what it would take for humanity to thrive on Earth forever.
Pero como ya decía, este es un debate eterno (por algo para ciertos colectivos es el único mandamiento de su nueva religión). Hace ya meses recordábamos como las posturas apocalípticas se habían trasladado a una parte del mundo científico (De los neomalthusianos al exterminio de la población humana: ¿científicos manipulados o iluminados?), y como surgen respuestas en positivo (El Día de la Tierra: por un futuro abierto basado en la tecnología, la innovación y la gobernanza).