La era digital no es una revolución. Sólo rompe la anomalía en que se había instalado una parte de la humanidad y recupera una forma de trabajar, participar y compartir que creíamos olvidada. Llevo mucho tiempo pensándolo y hoy lo he visto por fin escrito por Charles Leadbeater en su primer post en el blog de Open Business:
… some very old ideas are being recuperated by these new technologies. These collaboratives seem to be ahead of the times by being slightly behind them. They are a peculiar mixture of the pre and the post-industrial. There is nothing new in folk culture, commons based production, modular design, mutual forms of ownership. These are all pre-industrial ideas being brought back to life.
La revolución industrial significó un enorme avance para la humanidad desde algunos puntos de vista, pero destruyó buena parte de nuestra cultura. La producción en serie, las cadenas de montaje, los medios de masas, la “clase política”, los espectadores, los consumidores … la eficiencia en detrimento de la creatividad y del individuo. Pero la eficiencia tuvo su premio y generó riqueza para muchos, posiblemente muchos más que en cualquier otro momento de la historia. Al mismo tiempo, el crecimiento de las ciudades “deshumanizó” nuestra vida, lo cual supuso para muchos la liberación de una vida comunitaria y rural axfisiante y que no habían elegido. Pero la artesanía, el placer del aprender haciendo, de poder conversar con los que te rodean, e incluso a veces poder tomar decisiones colectivas sin autoridades externas, desaparecieron poco a poco. No eran eficientes, y menos aún en las grandes ciudades. El modelo industrial nos llevó a las grandes ciudades y las ciudades nos llevaron a la cultura industrial.
Pero, paradojas de la historia, llegó un momento en que el modelo industrial se reveló ineficiente o simplemente innecesario. En el camino, muchas utopías colectivistas y totalitarias, que representaron la mayor perversión de la era industrial, acabaron destruyéndose. La contracultura, la cibercultura y el capitalismo se encontraron y acabaron generando un modelo alternativo en que diversidad y abundancia no son condiciones incompatibles. De nuevo, los espectadores se transforman en artesanos digitales, el saber profano se revaloriza, y el conocimiento se vuelve a compartir, se copia y se remezcla en un círculo virtuoso creativo. Nada nuevo, es la cultura pre-industrial pero en una nueva escala, antes nunca alcanzada, en el espacio y en el tiempo.
En muchos lugares, más de los que pensamos en el occidente industrial, la era digital representa la oportunidad de transitar a un nuevo mundo desde una situación pre-industrial. Su gran fracaso histórico, la ausencia de revolución industrial, se puede convertir ahora en una ventaja adaptativa: están culturalmente mejor preparados para la transición. Por eso el leapfrogging no es sólo una oportunidad, es una consecuencia cultural.
Pero en las sociedades herederas de la era industrial aún conviven ahora mismo, y lo harán muchos años, “ciudadanos industriales” y “ciudadanos digitales”, instituciones y redes. Mientras los primeros siguen preocupados por conceptos como nación, propiedad intelectual, regulación o jerarquía, los segundos viven en múltiples redes con identidades multidimensionales, participan en mercados y conversaciones, y construyen colaborativamente abriendo y compartiendo el código. Y las vida en las ciudades vuelve a humanizarse.