Hoy en ABCD se ha publicado mi artículo El código del arte también se abre. Mis “inspiraciones” para este artículo han sido algunos posts previos ( La vanguardia: ¿Dónde se está construyendo el futuro?. Algunos ejemplos, El new media art como prospectiva tecnosocial y tecnopolítica y, especialmente, El doble reto del open source para el arte. ¿Una doble oportunidad?) y una réplica de Juan Varela, Redes libres para negocios abiertos, al último post que aporta ideas muy relevantes. Este es el texto del artículo:
El código del arte también se abre
Se tiende a asociar el open source (código abierto) con el software libre y con una oscura forma de organización y de producción y distribución colaborativa propia de ciertas tribus de programadores y hackers. Menos conocida, pero igualmente importante, es esa misma tradición en las comunidades científicas. Pero, en realidad, el software libre sólo ha redescubierto, gracias a la tecnología digital, modelos organizativos tan antiguos como las sociedades humanas, y la filosofía open source se extiende ahora por todos los ámbitos intelectuales. La propia internet es uno de sus resultados más importantes.
El conocimiento es de código abierto cuando es independiente, gratuito (o con un coste muy bajo que no representa una barrera de entrada insalvable), reutilizable para su recombinación con otras «piezas» que permitan la construcción de nuevo conocimiento, y modular (los problemas complejos se descomponen en módulos que se pueden construir de modo independiente para después ser ensamblados). Y todo es conocimiento: el software, la ciencia, pero también el arte. Así este nuevo paradigma creativo basado en el open source provoca retos a los que no puede ser ajeno el mundo del arte, en especial en todos aquellos procesos de creación artística que bien son nativos digitales o bien se han digitalizado en mayor o menor medida, mediante la introducción de las tecnologías de la información en la creación o distribución.
Sin barreras. Internet y las innovaciones digitales ponen a disposición de los usuarios potentes tecnologías «efímeras» (usando el término acuñado por el visionario Buckminster Fuller), baratas, rápidas y de fácil uso, que permiten crear y distribuir conocimiento. Software para diseño, edición de video y música o creación de videojuegos, blogs o wikis como soportes de nuevas literaturas, redes P2P para distribución, licencias abiertas diseñadas específicamente para la remezcla, fotografía y vídeo digital, son sólo algunos ejemplos. Así desa-parecen barreras y se crean oportunidades, diluyéndose los límites entre aficionados y profesionales al tiempo que el concepto de ánimo de lucro se vuelve ambiguo y el universo creativo se expande exponencialmente.
Como contrapunto, mientras asistimos a esta eclosión de nuevas formas de creación, buena parte de la literatura sigue anclada en el viejo y aburrido debate entre la copia legítima y el plagio ilegítimo. Cada nuevo escándalo demuestra lo difuso del límite y lo arbitrario de la toma de postura por muchos intelectuales. Es un debate propio de una cultura analógica y jerarquizada que trata, en realidad, de dirimir quién detenta la autoridad. Pero internet favorece la eclosión de redes distribuidas haciendo innecesaria la jerarquización y la existencia de una autoridad externa. Los debates sobre el plagio se hacen innecesarios si se aplica la transparencia y se reconoce que el conocimiento y el arte siempre han sido una construcción colectiva, donde los autores utilizan ideas y materiales de otros en un proceso de copia y remezcla creativa. La tradicional leyenda de la creación individual, casi en aislamiento absoluto, esconde un proceso creativo mucho más complejo en que se mezcla el genio individual con el soporte colectivo. Lo único que han hecho internet y el paradigma open source es facilitar este proceso al tiempo que lo multiplica al dar acceso a una multitud de usuarios creativos, antes forzados a ser simples espectadores.
Pero, además el código abierto promueve nuevos «modelos de negocio» en el mundo del arte. La digitalización de la producción y distribución modifican totalmente las formas en que se viene rentabilizando el trabajo de los artistas, y sobre todo pone en cuestión el ecosistema de mediadores que organizan los mercados de arte analógicos. Surgen crisis (como la que afecta a la música) en los modelos tradicionales, basados en la antigua escasez de contenidos, pero también nuevas oportunidades asociadas a la nueva abundancia en la que numerosos creadores pueden llegar a un público minoritario sin intermediarios, explotando nichos antes desatendidos.
En tiempo real. Los ejemplos de arte creado en todo o en parte bajo el modelo open source se multiplican: los vídeos distribuidos en YouTube, música bajo licencia Creative Commons, el arte generativo, buena parte del new media art, la producción colaborativa de películas (con ejemplos recientes como Elephants Dream, Stray Cinema o Swarm of Angels), o el proyecto Canal*Accesible de Antoni Abad y un grupo de discapacitados barceloneses que ha merecido el Prix Ars Electronica 2006. Además sitios como Rhizome, We-make-money-not-art, Eyebeam reBlog o Networked_performance, entre otros muchos, sustituyen a museos y galerías como comisarios de facto que permiten seguir en tiempo real esta explosión de creación abierta.
Pero las redes digitales esconden también peligros si, como bien propone Juan Varela, se modifican los modelos de creación mientras que la distribución y comercialización sigue en pocas manos. En este caso asistiremos a la «paradoja del control 2.0», en que los viejos y grandes intermediarios siguen dominando el escenario y son los únicos que se benefician de la reducción de los costes de creación. Por esto es necesario que los creadores y nuevos mediadores se involucren en la creación de redes de distribución libres y en la defensa de unos estándares abiertos en el funcionamiento de internet.