Gold Digging, editado por Harmless Recordings, es una joya musical en forma de tres cajas de CDs con recopilaciones de las “fuentes” de tres de los raperos más conocidos, Jay Z, 2Pac y Kanye West. Una joya histórica en su original y una joya renovada en las creaciones de estos raperos que, de este modo, le han proporcionado una segunda vida comercial. Estas fuentes han sido utilizadas por el hip-hop como inspiración o materia prima para sus remezclas y distorsiones, de una forma libre y bastante heterodoxa, y en esta selección es posible reconocerlas tras haber escuchado las remezclas en las que permanecían irreconocibles.
En el artículo aparecido en ABCD el 13 de Enero, Los papeles en regla del Rap, habla de Gold Digging para explicar como funciona realmente el proceso creativo, aunque tienda a ocultarse. Pero en el caso del hip-hop el uso de fuentes no es motivo de verguenza, y su declaración pública (así como de los procesos por los que se deconstruyen para convertirlos en algo radicalmente diferente) se convierte en un orgullo:
Pruebas de paternidad. Desde el siglo pasado, los procesos de realimentación del rock han servido para componer, en fases de reposo revolucionario, espléndidas canciones, pero, frente a esta mecánica reconstructiva, el hip-hop no tardó en hacer de los juegos manuales e informáticos del recortable y el autoadhesivo una caja de herramientas con la que cimentar sobre bases musicales ajenas sus fracturas melódicas.
La colección Gold Digging (Harmless Recordings) muestra ahora los originales utilizados por tres de las mayores estrellas del género -2Pac, Jay Z y Kanye West- en sendos reportajes de historia y subversión. Funkadelic, James Brown, Quincy Jones, Sly & The Family Stone, Chi-Lites, Curtis Mayfield, Etta James o Rick James documentan -aquí sin las interferencias, los saltos y las arritmias que definen al rap- los fluidos culturales que intervienen en su gestación. Entiéndanse estas antologías como pruebas de paternidad y, también, como muestra de una sintaxis en la que la violencia de la yuxtaposición prima sobre la cortesía y los manejos de la coordinación y la subordinación, cosas del rock.
A modo de árbol genealógico invertido, Gold Digging despliega ante el oyente las raíces que los productores de «hip-hop» injertaron en las ramas de los artistas que protagonizan esta singular serie de reconocimientos. Lo que en apariencia es una previsible antología de clásicos de soul, funk y rhythm & blues se transforma en un surtidor de fragmentos aislados con los que armar y ennoblecer la obra de los sucesivos artistas que recurren a su despiece: bien troceada, una misma canción, como I Got The..., de Labi Siffre, no sólo nutre a Jay-Z, sino al Wu Tang Clan o Eminem.
La sistemática descomposición y posterior aprovechamiento de determinadas partes de un original -como es el caso de la batería que suena en The Big Beat, de Billy Squier, utilizada por A Tribe Called Quest, Queen Latifa, Big Dady Kane o, entre otros, Puff Daddy- han popularizado tanto la parte sobre el todo que éste deja de ser el referente artístico para convertirse en simple chatarrería en la que localizar y adquirir piezas de recambio. Así, la deuda del celebérrimo y laureado Crazy In Love, de Beyoncé, con Are You My Woman (Tell Me So), de los Chi-Lites, es tan elevada que, en forma de sombra, eclipsa e incluso oculta la canción original de la que salieron aquellas trompetas enamoradas.
La serie Gold Digging, excepcioal documento sobre el reciclaje artístico de una generación de músicos decididos a redefinir la fascinación del «déjà vu» como instrumento creativo, cataloga lo que pudiera interpretarse como el contralegado de las estrellas del rap: las canciones de las que extrajeron, si no inspiración -cosas del rock, otra vez-, materiales nobles. Es esa herencia intacta, sin los añadidos de sus caleidoscópicas superproducciones discográficas, la que ahora exhiben sus usufructuarios.
En las últimas décadas, la obsesión por buscarle tres pies al gato de cualquier banda de rock y localizar, de oídas, sus influencias musicales -luego confesadas en colecciones como Under The Influence o Late Night Tales, antologías de pistas para confirmar sospechas y cuadrar evidencias- ha sido una constante policiaca con la que explicar el fenómeno de la apropiación camuflada e indocumentada de ecos del pasado. Con los papeles en regla, todo por escrito, el «hip-hop» incluyó desde su origen un anexo de citas cultas y precisas. Sus activistas nunca tuvieron miedo a remover un pasado que consideraron provechoso, pero, a la vez, irrepetible.
Los raperos no hacen nada distinto a otros creadores, pero en lugar de adoptar una actitud hipócrita lo explican y lo explotan. De este modo es sencillo discriminar donde termina la copia y donde empieza el plagio. Como comenta La Petite Claudine en Pero plagiar es otra cosa, a partir de la reciente polémica por el supuesto plagio realizado por Ian McEwan a Lucilla Andrews, este es un conflicto en explosión en el mundo literario que es abordado con una actitud mucho más hipócrita, corporativista y menos transparente:
A las sociedades que viven del trabajo de otros les interesa que la diferencia entre el plagio y todo lo que no lo es (homenaje, cita, remezcla, referencia, derivado, paralelismo, inspiración, etc) sean cada vez más pequeñas. Afortunadamente, llevan las de perder: un plagio es lo que pasa cuando alguien coge un trabajo que no es suyo y lo firma con su nombre, y todo lo demás es todo lo demás.
Gold Digging es un buen ejemplo de “todo lo demás”:
Dos casos diferentes, pero iguales. Hace 27 años, Jacob Epstein copió y pegó 53 párrafos de Martin Amis en su primera novela "Wild Oats" y la firmó con su nombre. Hace un año, Ian McEwan tomó dos párrafos de las memorias de Lucilla Andrews y los añadió a su propia novela con unos ligeros retoques. McEwan incluyó una nota al final citando a Andrews como inspiración y ha reconocido su deuda con la escritora en entrevistas y lecturas públicas; Jacob Epstein no dijo nada. A pesar de las diferencias, en el tono y en la forma, los dos usaron el trabajo de otra persona y lo firmaron con su nombre. Los dos plagiaron. Y ya está.
Epstein y McEwan son culpables del mismo crimen. Sin embargo, Epstein fué excomulgado por la comunidad de escritores mientras que McEwan está siendo defendido fervientemente por un puñado de grandes firmas que incluye, irónicamente, al propio Martin Amis.
Unos tratan de vivir a costa de sus fuentes, mientras que otros viven con sus fuentes (que a su vez viven gracias a sus “copiadores” una segunda juventud).