La mejor ciencia ficción nos la proporciona el presente. Últimamente las mejores distopías llegan de Rusia y, casi siempre, incorporan un ingrediente energético y, a ser posible, nuclear. Lo más sorprendente es que hasta la prensa tradicional empieza a instalarse en las distopías ciberpunk. Por ejemplo, hoy en El País: Centrales nucleares flotantes en Rusia.
La primera central nuclear flotante rusa será realidad en tres años. Servirá para dotar de electricidad a los que viven en los aislados pueblos del norte del país. Los ecologistas advierten del riesgo de nuevas catástrofes como la de Chernóbil debido a la obsoleta tecnología rusa, y hablan de bombas flotantes que podrían caer en manos de terroristas.
Por el contrario, los promotores de este proyecto defienden su eficiente tecnología y planean comercializar minicentrales nucleares móviles de 3 megawatios por unos 15 millones de euros, una particular forma de tecnología efimera (uno de los principales problemas achacados a la energía nuclear es precisamente su dependencia de una tecnología masiva, de una infraestructura centralizada y su escasa flexibilidad). Mientras los estados nación se enfrentan y discuten por el control del acceso a la energía nuclear, puede que surja un nuevo mercado difícilmente controlable que haga obsoleto el debate.
No es difícil trasladarse, leyendo la noticia, a los paisajes postnucleares rusos por los que escapaba la protagonista de la última novela de William Gibson, Pattern recognition. Pero, en esta novela, la huída por esos paisajes desolados era el inicio de una nueva, y mejor, vida. El futuro nunca es sencillo.
[La fotografía corresponde a los astilleros de Severodvinsk donde se construye la primera central].