Parece que la “nueva” Rusia empieza a utilizar su poder financiero (fruto de su poder energético) para lanzar megraproyectos destinados a crear megaestructuras que modifiquen su vida interior y las relaciones con el exterior. Hace unos días aparecía en la prensa que Rusia estaba ya construyendo centrales nucleares flotantes. Ahora recuperan un viejo proyecto de conexión con Alaska: Moscú estudia unir América y Asia con un túnel de 102 kilómetros:
Rusia tiene planes de unir la red ferroviaria nacional con Alaska a través del estrecho de Bering, para lo cual tendrá que construir un túnel por el fondo del mar de 102 kilómetros, dos veces más largo que el que une Francia y Reino Unido. El megaproyecto fue presentado esta semana por el Ministerio de Desarrollo Económico y Comercio, que destacó que con él las cargas comerciales desde Siberia tardarán mucho menos en llegar a destino.
En realidad, las megaestructuras han sido una recurrente utopía de las “grandes potencias imperiales”, que ahora son recuperadas y actualizadas por las nuevas potencias financieras, que en el peculiar caso ruso toman la forma de de una alianza de estado y grandes corporaciones:
La idea de construir un túnel por el estrecho de Bering no es nueva. Ya en tiempos del último zar ruso, Nicolás II, se discutió esta posibilidad, pero esos planes fueron enterrados por el estallido de la Primera Guerra Mundial y de la revolución bolchevique, después. Pero la idea no murió. Resurgió en la nueva Rusia independiente, aunque la bancarrota de 1998 la volvió a enterrar. Por último, el multimillonario Román Abramóvich, famoso por ser dueño del club de fútbol británico Chelsea, reabrió el debate casi inmediatamente después de ser elegido gobernador de la aislada Chukotka, en diciembre de 2000.
Entonces, tanto el Ministerio de Transporte como el de Ferrocarriles se mostraron contrarios a la iniciativa que había preparado el Centro de Proyectos de Transporte Regional de la Academia de Ciencias rusa.
Ahora, los representantes del Ministerio de Desarrollo Económico y Comercio se muestran optimistas y consideran que en el plazo de 10 años se puede realizar este megaproyecto de unir los sistemas de transporte de Rusia y América del Norte. Los gastos se recuperarán en unos 13 ó 15 años, dicen. Maxim Bistrov, vicedirector del Organismo para las Zonas Económicas Especiales de Rusia, subraya que se trata de "un proyecto comercial y no político".
La actualización de los megaproyectos rusos no deja claro si estamos ante un nuevo modelo de tecnología flexible o una distopía ciberpunk. Puede parecer que el concepto de megaestructura es incompatible con el de tecnología flexible, pero en las décadas de 1960 y 70 surgieron una serie de arquitectos, diseñadores (y, finalmente, activistas y provocadores) que concebían las megaestructuras arquitectónicas como la vía para diseñar ciudades flexibles. La exposición y simposium Megastructure Reloaded, que se inciará en Berlín y seguirá por diferentes ciudades europeas, recupera el trabajo de, entre otros, Archigram, Archizoom, Superstudio, Gordon Matta-Clark o Constant Nieuwenhuys.
Archigram’s Plug-in City, Constant Nieuwenhuys’ New Babylon and Yona Friedman’s La Ville spatiale rank among the incunabula of the 1960s. Combining visionary architecture, pop culture, art, and situationist rebellion, they became known far beyond the narrow confines of urban planning. Till now, however, there has been no exhibition dealing explicitly with megastructuralists’ vision. MEGASTRUCTURE RELOADED seeks for the first time to show them in context. Aside from Archigram, Constant, Friedman, the radical Florence groups Superstudio and Archizoom, whose designs at the end of the 1960s constituted an ironic response to the megastructuralists, will be included. The exhibition is not intended as a documentary representation; instead the megastructuralists are to be tested for their currency and relevance for the problems of contemporary urban design and mega cities. We will focus on the connection between architecture and visual art, as well as on actual architectonic and urban-design issues.
El concepto original de megaestructura puede que no sea tan obsoleto o propio de estados megalómanos como podría parecer. De hecho, algunos de los visionarios del siglo XX más vigentes en la actualidad, como Cedric Price o Buckminster Fuller, podrían ser considerados “megaestructuralistas”. Las megaestructuras tal como las concibieron los protagonistas de la exposición serían estructuras modulares y genéricas adaptables a las necesidades locales y personales que permitirían ofrecer un “hardware” urbano apto para diversos tipos de “software”. ¿Qué se consideraban megaestructuras?
Ralph Wilcoxon (College of Environmental Design, Berkeley) defined megastructure in 1968:
• constructed of modular units;
• capable of great or even ‘unlimited’ extension;
• a structural framework into which smaller structural units (for example, rooms, houses, or small buildings of other sorts) can be built, or even ‘plugged-in’ or ‘clipped-on’, after having been prefabricated elsewhere;
• a structural framework expected to have a useful life much longer than that of the smaller units which it might support.
Fundamental to megastructure is the separation of ‘hardware’, the constructing framework including the whole urban infrastructure such as energy supply, water and transport, from ‘software’, which can be slotted in or out of the supporting structure as required. The separation of the supporting structure from individual modules should enable the city to adapt without huge effort to its citizens’ individual wishes, as well as to the changing social and economic conditions. Architecture becomes mobile; architects can abdicate in favour of citizens and, as demanded by Yona Friedman, confine themselves to the role of technicians.
Por desgracia parece que este viejo concepto de megaestructura podría ser más útil que los novísimos megaproyectos rusos.