Urueña es un pequeño pueblo, 235 habitantes, situado a unas pocas decenas de kilómetros de Valladolid. Es un pueblo típico castellano, amurallado y con una fascinante vista al “océano” de Tierra de Campos. Recientemente, y por iniciativa de la Diputación de Valladolid, se ha convertido en Villa del Libro junto con otras ciudades y pueblos europeos y americanos.
Un proyecto en apariencia impecable, que ciuda todos los detalles (entorno, librerías, museos) y logra trasladar a un ámbito rural un ambiente cultural sosegado y apto para todos públicos. Pero, visitando el pueblo, paseando por sus calles y entrando en sus librerías (10 según el listado oficial, algunas más en la realidad), la sensación de vacío, de artificialidad, en resumen de simulación cultural se hace patente.
Por supuesto, la Villa del Libro cuenta con alguna librería ya antigua, especializada por ejemplo en floklore y que denota un público posiblemente reducido pero fiel. Por supuesto, no puede faltar la librería “oficial” de la Diputación de Valladolid. Pero la mayor parte de librerías son locales recién restaurados, todas con una misma imagen de modernidad que abraca desde las maderas del suelo a los diseños de las estanterías. Todas ellas están hiperespecializadas, desde legislación a cuestiones esotéricas pasando por curiosas mezclas de libros de fotografía y biografías de intelectuales centroeuropeos de la primera mitad del siglo XX. Y siempre con un número muy escaso de libros, bien escogidos por su temática y, sobre todo, por su estética; en algunos casos los grandes formatos bien editados son un valor añadido para alcanzar un sitio de privilegio entre los escasos volúmenes “elegidos” para las pocas estanterías disponibles. Este proceso de diseño acentúa el aspecto cool del escenario y de la experiencia. En resumen, muchas de las librerías de Urueña son la perecta simulación de la librería.
Urueña es un simulacro de cultura, un espectáculo bien diseñado pero incompleto. Le falta vitalidad, le falta movimiento, le falta desorden. Sólo se puede completar la experiencia con una cierta dosis de comprensión por parte del espectador (no ya cliente ni usuario, ni tan siquiera consumidor de cultura). Pero, es fácil encontrar esa postura favorable, al fin y al cabo el proyecto Villa del Libro es una forma de revitalizar la vida rural y “nuestra” cultural más tradicional.. Y además, debemos comprender que es una iniciativa pública, siempre limitada en recursos, y que no puede alcanzar la “perfección” de los proyectos privados. Nadie nos presenta este planteamiento, pero es el chantaje implícito con que “el sistema” (las administraciones y los beneficiarios directos e indirectos) logran crear el estado mental propocio para poder disfrutar de la experiencia cultural.
En el siglo XXI, cuando parecía que habíamos superado incluso la posmodernidad, seguimos declarando la necesidad de la protección de “la cultura” para después proteger (o al menos intentarlo) un sólo tipo de cultura o, desde otro punto de vista, a un sólo tipo de ciudadano (cada vez más minoritario, pero, al parecer, el único interesante, ¿controlable?, para la clase política).
¿Por qué los gobernantes ejercen de policía cultural y de juez absoluto decidiendo lo que merece o no la pena?. Fanáticos del manga que habitan los suburbios de las grandes ciudades, gentes de mediana edad enamorados de la copla, tribus juveniles con una vida organizada alrededor del hip-hop, lectores compulsivos de poesía centroamericana de finales del siglo XIX, amantes del cine checoeslovaco de la Guerra Fría, fans de Tarantino (o de José Luis Garci). ¿No tienen todos el mismo derecho (o, más bien, ningún derecho) a la “protección” de sus culturas preferidas?.
Por eso prefiero Disney World, Las Vegas, el Guggenheim o cualquier otro sitio global dedicado al espectáculo total del ocio y/o la cultura. Frente a Urueña, Disney World nos ofrece otro simulacro más brutal, pero también más sincero. Nadie trata de apelar a nuestra conciencia. Nos ofrecen un espectáculo completo. El artificio alcanza a todos los detalles para que aquel que quiera dejarse seducir (o engañar) pueda disfrutar del espectáculo.