No pretendo extender el aburrimiento (y la vacuidad ideológica y práctica) de la nueva campaña electoral que vivimos en España a este blog. Pero, al tiempo, encuentro cada vez más difícil soportar las posturas maniqueas, demagógicas y simplistas de muchos (¿todos?) políticos y medios de comunicación, que, sin ser por desgracia exclusivas de las campañas, se exageran en estas fechas. De este modo, ambos siguen demostrando que la co-evolución es un potente mecanismo adaptativo que puede beneficiar a ambos, perjudicando, de paso, al resto, o sea los ciudadanos.
Hace unas semanas el Partido Popular (PP) anunció un boicot Prisa, el principal grupo de comunicación en España, por el que desde ese momento sus representantes no realizan declaraciones en los medios de este grupo. Este boicot le supuso al PP duras críticas, incluso de algunos de sus representantes y de muchos de sus potenciales votantes. En cierto modo parecía una estrategia suicida desde el punto de vista electoral. Por desgracia para sus usuarios, el grupo Prisa, en lugar de demostrar el error del PP, se ha apuntado ferozmente al maniqueismo de buenos y malos. De esta manera puede que, en el medio plazo, acabe dándole la razón a sus críticos del PP y destrozando la imagen de objetividad (que no imparcialidad) que aún conservaba en buena parte de la población. Este proceso está suediendo paulatina y sutilmente (ya hemos comentado algunos ejemplos). Pero esta tarde he tenido la ocasión de escuchar un ejemplo claro, por lo burdo del mensaje que se quería transmitir.
En las noticias gallegas de la radio del grupo, la Cadena Ser, una periodista (los nombres son lo de menos en esta historia) anunciaba elevando el tono y utilizando una ligerísima, casi imperceptible, ironía que un alto responsable político del PP gallego había acusado al gobierno autonómico de ser “un nido de rojos”. Hacía esto no en la sección de opinión o en una tertulia, si no en la sección de información. A continuación reprodujeron las declaraciones del dirigente político que, sorprendentemente estando en campaña electoral (y conociendo las salidas de tono del personaje), eran bastante moderadas en el tono. Este político criticaba a uno de los partidos en el gobierno por su ideología marxista-leninista (recogida al parecer en sus estatutos) y al otro por estar dominado en sus puestos dirigentes por antiguos comunistas (algo también público y conocido, y motivo de orgullo por una parte de estos representantes). El dirigente del PP razonaba que estos perfiles ideológicos llevaban a una visión demasiado estatista de la economía que, en su opinión, era nefasta para el futuro de Galicia. Al parecer, a la periodista le había correspondido hacer el papel de auténtico troll mediático, anticipando (para poner sobreaviso a sus oyentes) y traduciendo a un lenguaje populista unas declaraciones que al parecer no eran suficientemente descalificantes para el enemigo que las había pronunciado.
Siempre pensé, y creo que durante un tiempo el mundo funcionaba aparentemente así, que eran los políticos los que exageraban el tono y simplificaban el mensaje, mientras que los periodistas buscaban la objetividad en la información y un análisis más ponderado. Ahora los papeles se han intercambiado y, triste e incompresiblemente, el medio biocoteado empieza a darle la razón al boicoteador al tiempo que reproduce los comportamientos que critica en sus competidores.
Lástima que no lean con la suficiente atención su periódico de cabecera, en este caso El País, donde hoy mismo recogían una entrevista a André Glucksmann (que ya el, afortunadamente, heterodoxo Berlin Smith reseñó, fijándose en los mismos párrafos que a mi me recuerdan el caso español):
La insurrección de Budapest. "Era niño, judío, extranjero y había vivido de cerca la lucha de la Resistencia, y por eso sabía que la izquierda podía equivocarse, que los comunistas podían equivocarse. Pese a todo ello, yo era maniqueo, como lo fueron todos entonces, y creía que había una diferencia tajante entre buenos y malos. No tardé mucho en descubrir que los buenos podían no ser tan buenos aunque los malos siguieran siendo malos. Fue en 1956 cuando los tanques soviéticos reprimieron la insurrección de Budapest".
Los franceses llevan (¿llevaban?) ya 50 años siendo maniqueos. En España, después de 40 años de maniqueísmo unilateral, ahora algunos lo redescubren desde “el otro lado” y lo practican con la fuerza de los nuevos conversos a la demagogia.
Nicolas Sarkozy. "He apoyado a Sarkozy en las últimas elecciones francesas porque ha vuelto a poner la bandera de los derechos humanos en la política exterior francesa (Chechenia, Darfur, las enfermeras búlgaras condenadas en Libia), porque ha decidido recuperar la iniciativa en Europa con propuestas pragmáticas y no con grandes discursos y porque se enfrenta, por primera vez, después de 30 años de gobiernos de izquierdas y derechas, al problema fundamental que padece hoy Francia: el paro y la falta de crecimiento. Soy un hombre de izquierdas y por eso, aunque suene paradójico, apoyo a Sarkozy. Es el único que considera que el problema central es el de enfrentarse al peor de los males de una sociedad moderna: la falta de trabajo".
Se puede o no estar de acuerdo, en todo o en parte, con Glucksmann, pero ojalá estas posturas, viniendo de uno u otro lado, fueran más comunes en España. Y sobre todo, ojalá los medios lograran ser al menos ligeramente menos reaccionarios que los políticos. Entre la declaración de Glucksmann y la periodista que se escandaliza por el “nido de rojos” hay muchos años de necesaria evolución. Quizás los maniqueos de izquierdas debieran leer el Euston Manifesto y aprovechar para subrayar, anotar y criticar sus ideas, pero sobre todo para asumir que no hay buenos ni malos perfectos y que los ciudadanos son más inteligentes de lo que el tratamiento que se les ofrece de muchas noticias haría pensar.