Ningún político se preocupa demasiado por los votos en blanco, pero todos se lamentan de la abstención, al tiempo que demuestran su miedo a lo que puede significar de crítica radical (y muchas veces desprecio) por parte de la ciudadanía. Por esa razón hacen llamamientos a la participación y acusan a los abstencionistas bien de malos ciudadanos bien de agentes a sueldo de sus oponentes. Por eso se usa tanto y tan demagógicamente la frase "hemos luchado muchos años para poder tener el derecho a votar en unas elecciones democráticas". Si bien es cierto que la inmensa mayoría de los que utilizan esta frase-eslogan no han tenido, realmente, que luchar por ese derecho, este detalle es casi el menos relevante. Lo más preocupante es que no se reconozca que la verdadera libertad incluye la opción de abstenerse como una actitud tan legítima como el voto, sea este del signo que sea, tal como planteaba hace unos días Roc Fagés. [Como nota al margen, resulta curioso que cuando se hacen estas declaraciones un tanto grandilocuentes se usa siempre el plural, haciéndonos a todos parte de una comunidad a la que, al parecer, los que no ejercen ese derecho afrentan, lo cual parecería deshonesto por que lo colectivo estaría por encima de lo individual. ¿Estará en el subconsciente de esos políticos presente el espíritu del "una, grande y libre" y la "unidad de destino en lo universal"?].
A esta alturas muchos ya habrán adivinado que me abstendré en las elecciones locales que se celebran hoy en España. ¿Por qué?. Unas elecciones locales requieren decisiones locales. Vivo en una ciudad y, sobre todo, en un área metropolitana (real pero nunca reconocida como tal; algo que, treinta años después, seguimos sufriendo todos los vecinos) gobernada por alcaldes y partidos (de todo tipo y condición ideológica) que llevan en sus puestos, encadenando mayoría absoluta tras mayoría absoluta, al menos más de una década y, en la mayor parte de los casos, más de dos décadas. Por supuesto, como es habitual en política, a lo largo de este tiempo el poder ha ido degenerando en la calidad de los políticos y en la eficacia de la acción de gobierno. No es de extrañar tampoco que los rumores, presunciones y acusaciones cruzadas sobre corrupción se hayan hecho cada vez más frecuentes. No es fácil que alguno de estos casos acabe siendo demostrado de modo público e incontestable y, menos aún, legal. Por una parte, existe un amplio margen de ambiguedad entre lo lícito y lo ilícito donde nuestros políticos locales se mueven a sus anchas. Así, sin necesidad de cometer ninguna acción ilegal, absolutamente todos estos alcaldes (o sus jefes anteriores de los que han heredado, a modo de monarquía absoluta, el puesto) cuentan (o contaban) con fuertes intereses urbanísticos e inmobiliarios. La flexibilidad del lenguaje es absoluta en este aspecto y lo “legal” suplanta a lo “moral” siempre que es preciso. Por otra parte, ni gobiernos ni oposiciones tienen ningún interés en llegar al final; les interesan las insinuaciones, crear la sensación de corrupción en la opinión pública … pero nada más. Una vez conseguido su objetivo político (eliminar políticamente a un adversario y alcanzar el gobierno), todo se cierra repentinamente y, con la connivencia de muchos medios, nunca más se vuelve a hablar de ese tema.
¿Merecen estos políticos el apoyo de los votantes?. ¿Merecen tan siquiera la legitimación que para “su sistema” supone el voto en blanco?. Gente como Santiago Navajas opta por el voto en blanco a la espera de tiempos mejores. Yo, sinceramente, creo que no merecen ni ese reconocimiento, o dicho de otro modo, merecen una crítica aún más profunda. Por supuesto, esto sucede en mi ciudad. En otras ciudades o regiones pueden existir opciones realmente honestas, capaces y dignas de apoyo. Por desgracia, esto no pasa, en mi opinión aquí. Deberíamos liberarnos de la demagogia que asocia abstención con un ataque al sistema democrático. No se discute la democracia, se discute el papel de unos actores que han copado este sistema en su propio beneficio sin pensar en la ciudadanía (que a su vez, con sus acciones o dejaciones, han apoyado o, al menos permitido, este proceso). En las recientes elecciones francesas participó más del 85% de la población con derecho al voto. Se enfrentaban dos opciones muy diferentes pero que en ambos casos rompían con el pasado, criticaban a sus antecesores, reconocían los problemas reales de los ciudadanos y proponían soluciones. Se puede estar más o menos de acuerdo con una u otra opción, pero en esas elecciones se enfrentaban opciones reales para solucionar problemas reales. La gente respondió. ¿Sucede esto aquí y ahora?. Creo que no, seguimos asentados en una política de ficción que ni conoce los problemas de los ciudadanos ni cuenta con ideas para resolverlos.
No suelo hablar en este blog de mis opciones personales ni de problemas locales, pero siento que ahora debía hacerlo por varias razones. Primero, para criticar la interesada hipocresía y demagogia con que se trata la abstención. Segundo, para hacer ver la estupidez de una normativa electoral superada hae ya muchos años por la realidad. No se pueden publicar encuestas en la última semana de campaña lo que, al final, provoca que los políticos manejen un mayor nivel de información que los propios ciudadanos y hace que seamos más fácilmente manipulables.Tampoco se puede hacer campaña el día de las elecciones ni el día previo de reflexión, pero constantemente los políticos y muchos medios aprovechan de un modo más sutil o descarado la más mínima ocasión para tratar de captar votos. Igual que hace unos días, muchos blogs publicaron el código de desencriptación del HD-DVD que algunos trataban de censurar demostrando que esta censura ya no es posible, en el futuro Internet debería ser un canal para romper estas otras formas de censura electoral sin sentido en el sociedad red del siglo XXI.
En resumen, en unas horas iré a mi colegio electoral acompañando a mi familia y allí … me abstendré.