Jan Chipchase reflexiona sobre la Globalisation of the Anti-Globalisation Movement a partir de su experiencia reciente en Estambul utilizando la imagen de una pegatina de la campaña 'Buy nothing day' colocada en una señal urbana. La campaña “anti-globalización” utiliza, de un modo muy efectivo, uno de los signos más representativos de la globalización (o al menos de la imagen que sobre la globalización tratan de transmitir “los anti-globalización”). Según Chipchase la globalización parece un tema casi obsesivo en Turquía y casi siempre visto como un problema para la identidad propia más que como una oportunidad para los flujos hacia el exterior de una cultura vital:
I probably heard the word 'globalisation' mentioned more times in one week in Istanbul than the last few years combined - a response perhaps its very real affect on mainstream Turkey. Given the depth, richness and strength of Turkish culture I was surprised not to hear more about the reverse flow of culture.
En el fondo cabe preguntarse por la coherencia de un movimiento que utiliza los métodos y estrategias propios de su enemigo, desde los símbolos hasta las referencias contínuas y monótonas a las amenzas a la diversidad cultural. Curiosamente, parece que hoy en día es más evidente la uniformización del movimiento anti-globalización que la supuesta homogenidad cultural impuesta por la globalización. El propio concepto de globalización admite múltiples interpretaciones, como explican en en GlobaLab (Revision thoughts 1.1 - Globalization explained) donde presentan una buena síntesis de los diferentes conceptos que se etiquetan dentro de la palabra globalización.
Por otra parte, la supuesta homogenización cultural inducida por la globalización se muestra como una imagen demasiado simple y sesgada. Un reciente working paper de Omar Lizardo, profesor de sociología en la Universidad de Notre Dame, entre de lleno en este análisis (Globalization and Culture: A Sociological Perspective; pdf). Sus conclusiones muestran que la globalización no conduce necesariamente a la homgenización y, aún en menor medida, al imperialismo cultural. De hecho, sus resultados soportan una hipótesis alternativa que propone que el valor simbólico de la cultura disminuye conforme aumenta la igualdad dentro de una sociedad. De este modo, serían las sociedades más ricas aquellas que abandonarían ante su cultura local para integrarse en la cultura global. Así, es en las sociedades más desarrolladas, y conectadas globalmente, donde la cultura norteamericana es más popular, mientras que en los países subdesarrollados la penetración de la cultura americana es mucho menor. Este es el resumen del trabajo de Lizardo:
The media imperialism thesis is the most widespread systemic account of cultural globalization. However, various ethnographic studies of culture consumption continue to accumulate evidence that the predictions derived from this approach are not consistent with what is observed. Instead of homogeneity of consumption, we find diversity of interpretation; instead of a decline in the production of domestic local culture, we find increasing “creolization” and a revitalization of folk cultures. In this chapter, I argue that the media imperialism approach, as a global version of mass culture theory, shares with it many of its analytical and empirical imitations. However, while ethnographic approaches provide useful evidence against the accuracy of the media imperialism paradigm, they are unable to produce an alternative account of equal analytic and systemic scope. I attempt to remedy this situation by proposing a “sociostructural” account of the process of globalization, which is a) consistent with recent research at the individual level in the sociology of taste and b) consistent with the actual evidence on transnational patterns of cultural flows and culture consumption. Using data from various crossnational sources, I show that the sociostructural account is best able to account for the observed patterns than the media imperialism thesis in almost every case, including that of transnational film imports and exports.
Tyler Cowen utiliza el estudio de Lizardo en un artículo en el International Herald Tribune (y en el New York Times), para proponer que la cultura norteamericana (sinónimo de la cultura globalizada para los movimientos anti-globalización) está perdiendo fuerza, más que ganándola en el escenario internacional. Parece que el futuro nos ofrecerá un escenario cultural más diverso y rico que el actual (y mucho más que el que existía hace años):
American movies and music have done very well in some countries, like Sweden, and less well in others, like India. This may sound like a simple difference in human tastes, but choices about culture also have an economic aspect.
Loyalties to cultural goods and services — be it heavy metal music or the opera — are about social networking and choosing an identity and an aspiration. That is, we use culture to connect with other people and to define ourselves; both are, to some extent, economic decisions. The continuing and indeed growing relevance of local economic connections suggests that "cultural imperialism" will not prove to be the dominant trend.
Local culture commands loyalty when people are involved in networks of status and caste, and they pursue religious and communal markers of identity. Those individuals use local cultural products to signal their place in hierarchies…
Today, economic growth is booming in countries where American popular culture does not dominate, namely India and China. Population growth is strong in many Islamic countries, which typically prefer local music and get their news from sources like the satellite broadcaster Al-Jazeera.
The combination of these trends means that American entertainment, for largely economic reasons, will lose relative standing in the global marketplace. In fact, Western culture often creates its own rivals by bringing creative technologies like the recording studio or the printing press to foreign lands.
American popular culture tends to be popular when people interact with others from around the world and seek markers of global identity…
Hollywood movies are popular in Europe in part because of the successes of European welfare states and of European economic integration. Western Europe has become more equal in its treatment of citizens, it has moved away from an aristocratic class society, and it has strong global connections. All those factors favor an interest in American and global popular culture; Hollywood movies often capture 70 percent or more of a typical European cinematic market. Social democracy, which the Europeans often hold up in opposition to the American model, in fact aided this cultural invasion by making Europe more egalitarian…
Culture is not a zero-sum game, so the greater reach of one culture does not necessarily mean diminished stature for others. In the broad sweep of history, many traditions have grown together and flourished.
American popular culture will continue to make money, but the 21st century will bring a broad melange of influences, with no clear world cultural leader.
Las razones de Lizardo o Cowen son las que llevan a Jan Chipchase a sorprenderse, aunque sea retóricamente, de lo que sucede en Turquía. Una explicación a esta paradoja nos la puede proporcionar el libro Rebelarse vende. El negocio de la contracultura de Joseph Heath y Andrew Potter (dossier de prensa, pdf), publicado en español en 2005. Según estos autores los movimientos “anti–” o “alter-“ de todo tipo (y especialmente los anti-globalización y, en general, los movimientos “contraculturales”), responden a una estrategia de márketing que utiliza el anti-americanismo y el rechazo a esa supuesta cultural global occidental como forma de difusión (y, en muchos casos, comercialización) de sus ideas. Podríamos decir que “anti-globalisation is cool (and profitable)”:
«La contracultura ha sustituido casi por completo al socialismo como base del pensamiento político progresista. Pero si aceptamos que la contracultura es un mito, entonces muchísimas personas viven engañadas por el espejismo que produce, cosa que puede provocar consecuencias políticas impredecibles.»
Asegurada la polémica tanto con los partidarios de No Logo de Naomi Klein como con sus opositores, Joseph Heath y Andrew Potter destrozan el mito que sigue dominando el pensamiento político, económico y cultural en el que se basan tanto el movimiento antiglobalización como el feminismo y el ecologismo. Estos jóvenes profesores canadienses defienden que las décadas de rebelión contracultural no sólo no han servido para nada, sino que han resultado contraproducentes para los fines que pretendían alcanzar. Nos hemos acostumbrado tanto a los ataques de la derecha contra la contracultura que cuesta imaginar cómo sería una crítica desde la izquierda.
En una narración de gran alcance en la que se mezclan la historia de la cultura pop, el manifiesto político y el análisis social, este libro se detiene en el nacimiento de la contracultura, en su espíritu contrario a las normas, en la rebelión como signo de diferenciación y el nacimiento del consumidor rebelde, en los cazatendencias, y en cómo reconciliarse con la masificación y transformar a los consumidores en ciudadanos.
Con sorprendente claridad, en Rebelarse vende se reivindica, desde la crítica contracultural, la necesidad de preocuparse más por cuestiones de justicia y equidad para lograr auténticos avances sociales.
Puestos así, la legitimidad y superioridad moral de que hacen gala muchos de estos movimientos debería ser revisada. Además, si aceptamos las hipótesis de Lizardo (y los datos que las soportan), muchos de estos activistas deberían preguntarse si es preferible la diferencia cultural en pobreza o la globalización cultural asociada al bienestar. Por supuesto siempre existirán las interpretaciones basadas en la conspiración, que coloquen a Lizardo o Cowen como activos agentes del imperialismo cultural.