Entrevista con Santiago Cirugeda, “el agitador de la arquitectura”, en El País Semanal (uno de los pocos arquitectos realmente innovadores, o dicho de otra forma que trabaja para la gente; a pesar de lo cual cobra hasta un 10% de sus proyectos).
Ahora que se discute tanto sobre creatividad urbana o participación ciudadana y se planifican las intervenciones arquitectónicas más espectaculares o los sistemas de debate más refinados tecnológicamente (y controlados ideológicamente), nos olvidamos de la clave. En realidad, a la mayor parte de políticos y gestores no les gustan “las consecuencias” de la creatividad (salvo en forma de PIB o ROI) ni los resultados impredecibles de la verdadera participación (cuando descubren que la gente no desea lo que les ofrecen y no son capaces de ofrecer lo que solicitan). Pero eso lo ha explicado mucho mejor Santiago Cirugeda en la respuesta a la última pregunta de la entrevista:
…La ley de civismo catalana es la más severa hoy. Impide atar una bicicleta en una farola, sentarse en el respaldo de un banco, dormir en la calle. Y está cundiendo el ejemplo. Cada vez es más castrante pasear por la calle. En Sevilla, que el botellón era algo habitual, ya no sólo está prohibido, también lo está cualquier agrupación que pueda producir molestia a los vecinos. Hicimos un botellón de agua, y vino la policía y nos echó. No se puede siquiera ingerir alimentos en la calle. Esa ley, obviamente, la usan cuando quieren usarla. A una señora con un cruasán no le dicen nada. A un hippy comiéndose una pizza en un portal a las tres de la madrugada, yo he visto cómo le tiraban la pizza al suelo. Son ordenanzas arbitrarias.
Yo he visto algo parecido en Barcelona hace unos meses; no les tiraron la pizza (no la tenían), pero tampoco eran precisamente “hippies”.