Venimos de una época marcada por dos profecías claramente exageradas, cuando no totalmente erróneas: el final de la historia con destino final en la democracia liberal y la muerte del espacio provocada por Internet. Las convulsiones geopolíticas, alimentadas por conflictos de todo tipo, que se han instalado ya como paisaje cotidiano nos demuestran el error de Fukuyama. La profecía de Internet sigue instalada firmemente en el imaginario colectivo. Pero, donde muchos han creído ver la desaparición del espacio como dimensión vital fundamental, es ahora el tiempo el que languidece hasta desaparecer. Reaparece el espacio como eje multidimensional de nuestras vidas.
El tiempo “desaparece” cuando la velocidad es muy alta o muy baja. En ambos casos, nuestra limitada capacidad de percepción nos impide percibir los cambios, de modo que sólo nos queda el espacio, ya sea en su versión estable, anodina e inmutable o en su modalidad impredecible y variable.
Pero, ¿cómo entender este mundo basado en el espacio?. Como decíamos hace poco:
… el posmodernismo también está en crisis, y no sólo por que haya sido debilitado por el contra-ataque de un cierto neotradicionalismo modernista, si no por el surgimiento de una nueva cultura de redes (la network culture que ha propuesto Kazys Varnelis …
La parálisis de las sociedades premodernas dio paso al elitismo modernista, caracterizado por su velocidad controlada, que a su vez desembocó en el cinismo posmoderno de velocidad desbocada. Pero, vivimos ahora una incipiente cultura de redes donde nuestra capacidad de observación y comprensión nos lleva al hiperrealismo y a comprender que vivimos en un mundo, un espacio, de velocidades variables pero siempre extremas. La literatura ciberpunk lo ha entendido ya hace tiempo y ha pasado de ocuparse del futuro a situar sus narraciones en un presente continuo. William Gibson inició esta ruta en Pattern Recognition que ha desembocado en Spook Country.
Peter Sloterdijk, en una entrevista entrevista de Luisa Corradini para La Nación (Buenos Aires) en 2006 (reproducida en Rizomas o en Oficina de Innovación Política):
El modernismo fue la época de la construcción del gran invernadero de cristal. El posmodernismo es la vida después de su inclusión total en ese gran invernadero. La periferia está allí simplemente para recordarnos que todo es muy seguro y que es necesario proteger la estructura a cualquier precio.
En el modernismo habitábamos “esferas” (islas de seguridad aparente); en el posmodernismo “espumas” (nodos en redes donde desde nuestra cínica seguridad nos preocupamos por la aparente inseguridad); en la cultura de redes habitamos no ya los nodos, sino que vivimos en el espacios formados por las interacciones entre nodos que son la razón de ser de las redes. Espacios abiertos, inseguros pero libres y vitales.
Pero buena parte de nuestras sociedades siguen viviendo en la utopía de las velocidades controladas, en un mundo temporal. Vicente Guallart escribía en El País sobre La velocidad del urbanismo (accesible aquí), defendiendo la necesidad de considerar el tiempo en la planificación de nuestras ciudades. Una recomendación imprescindible, no para aquellos que viven en la cultura de redes, pero si para las mentlidades mayoritariamente pre-modernas, y en todo caso modernas, de nuestros políticos, incapaces de adecuar el ritmo de su planificación a la velocidad de la ciudad y los ciudadanos. Así se convierten en “el problema” en lugar de formar parte de las soluciones.