El 29 de diciembre publiqué en ABCD, el suplemento cultural de ABC, el artículo Dos cuentos para una Navidad digital (aún no disponible enverisón electrónica). En este último artículo del año ABCD acostumbra a analizar el futuro de Internet. No creía que pudiese aportar demasiado ante la habitual avalancha que recibimos en diciembre de predicciones más o menos informadas y de especulaciones sobre el futuro y ránkings de éxitos y fracasos a lo largo del 2007. Por esta razón traté de escapar del casi inevitable listado de tecnologías y gadgets, y aproveché la oportunidad para tratar de presentar mi visión del futuro (y del presente) de Internet, la cultura digital e, inevitablemente, de nuestro desarrollo socioeconómico y político, bajo el formato de dos pequeñas historias. Son dos escenarios alternativos y radicalmente diferentes, pero ambos, en mi opinión, posibles y probables. El futuro aún está por escribir.
La primera versión del artículo era demasiado larga y hubo de recortarse para su versión en papel, por lo que aprovecho para publicar la versión extendida.
Dos cuentos para una Navidad digital
Diciembre 2008. Algún barrio de cualquier ciudad española.
08.00. La red de la comunidad de vecinos no va bien esta mañana. No pude consultar que pasó finalmente en el debate que manteníamos la noche anterior respecto a las reformas de la fachada ni reservar mesa en el restaurante del barrio que tanto nos gusta. Pero, que gran invento lo de este servicio. Nadie parecía pensar hace menos de un año que un Facebook local sirviese para algo. Cuando aceptamos la oferta de la compañía de cable y empezó a funcionar el sistema, muchos acabamos por comprender que era eso de las redes sociales de las que muchos hablaban y pocos entendíamos. Ahora compro música, libros y hasta comida de un modo seguro y legal. Comparto fotos con mi familia y recetas con los vecinos. No estoy en Internet, estoy en mi red y puedo trabajar con tranquilidad con mi banco o supermercado de confianza o hablar sin temor con mis amigos. Y sobre todo, nuestros hijos están protegidos bajo el cortafuegos vigilado por nuestro proveedor, alejados de ese mundo salvaje en que se había convertido Internet en 2007.
11.30. Entro en mi clase. Por una vez todos mis alumnos están preparados con sus dispositivos portátiles, incluso aquel que se siempre olvida el protocolo de autentificación para conectarse a la red corporativa. Hoy tenemos que trabajar de modo intenso con la neoWikipedia. El tema programado fue ya completamente desarrollado por el equipo de contenidos hace un par de meses. Cuando Google, el gobierno y las editoriales llegaron al acuerdo de colaboración muchos nos sentimos más tranquilos. Al fin la selva de información en que se había convertido la red iba a ser ordenada para transformarse en un jardín. Es cierto que las cosas no van tan rápido como a muchos nos gustaría, pero ahora se que los contenidos que se anuncian oficialmente son completos, objetivos y avalados por los mejores especialistas.
Diciembre 2008. El mismo barrio. La misma ciudad.
21.00. Fue una tarde extraña, la red wifi no iba bien en el barrio. ¿Mucha gente de vacaciones?, ¿algún fallo elécrico? El caso es que salí a dar un paseo y, de pronto, me sentí perdido. No sabía donde estaban mis colegas ni recibía las ofertas de la panadería cuando pasaba por la esquina de siempre. Nada grave, siempre puedo entrar y preguntar, pero era una sensación rara. Nadie pensaba hace un año en un cambio tan radical como imperceptible. Al principio había dos bloggers en mi calle, pero cuando otros vecinos empezaron a fotografiarlo y filmarlo todo y algunos empezamos a etiquetar, georreferenciar y editar sus imágenes y videos lo cotidiano empezó a cambiar. De pronto, la mejor forma influir para que en el parque se instalen columpios, de conocer lo que debatía hayer la asociación de vecinos o de encontrar un buen bar de copas era consultarlo en “el dispositivo” (¿cuándo surgirá un buen nombre que defina a los antiguos móviles?). Ahora empezábamos las conversaciones sobre la marcha, mientras íbamos llegando a la zona (aunque siempre solía entrar en el debate Antonio desde Londres), nos deteníamos a charlar con los vecinos o comparábamos los precios de esos pantalones de la boutique de la esquina con los que en ese momento ofrecía el centro comercial. Que buen invento el de esos chavales de Sevilla que reconvirtieron a twitter en una forma de chat y microblogging audiovisual y personalizable.
12.00. En la universidad estamos ahora trabajando con profesores de Budapest y un grupo de estudiantes de Quito. Forma parte del posgrado en que me he embarcado. Lo necesitaba después de cinco años de locura continua en mis múltiples trabajos. Dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a discutir como seleccionar información, como integrarla, como diseñar las interfaces o a fabricar prototipos. Curiosamente son ahora los usuarios los que nos evalúan, sin saberlo, en función de la atención que seamos capaz de captar con nuestros productos. Aún recuerdo mi primera etapa universitaria, hace pocos años, cuando el mundo se dividía entre las bibliotecas de los profesores y el Google y la Wikipedia de los estudiantes. Ahora esos sitios, físicos o digitales, que llamábamos bibliotecas o repositorios son solo una pequeña parte del ecosistema. La información fluye continuamente por las redes y dedicamos nuestro tiempo a filtrarla, remezclarla (otro concepto tabú en el mundo académico que se ha acabado imponiendo) y hacerla valiosa para otros. Algunos dicen que nos dedicamos al bricolaje, otros prefieren hablar de que somos brokers de conocimiento. Hacen falta demasiados nombres nuevos.
04.00. Me gusta hablar con mis padres, es como hacer arqueología vital. Puedo trasladarme por un rato a una visión del mundo estable y tranquila, jerarquizada de acuerdo a las viejas normas y autoridades. Es confortable vivir en ese mundo, mientras se pueda mantener la ficción. No es sencillo habitar este nuevo mundo abierto, lleno de incertidumbres, y de gente normal, de genios o de locos que utilizan las herramientas digitales de una forma sorprendente. No puedo dejar de pensar en que nos libramos de los Grandes Hermanos del siglo XX, desde los grandes medios de comunicación a los partidos políticos, pero podemos acabar abrazando a los nuevos controladores, mucho más sutiles pero por eso mismo más peligrosos. Lo peor es que aún no hemos identificado a esos nuevos peligros: ¿los buscadores reconvertidos en biblioteca universal?, ¿los proveedores de telecomunicaciones como peajes obligatorios? Pero, como dicen algunos a los que se tacha de utópicos, el futuro está abierto y dependerá de la responsabilidad de todos para exigir y utilizar su libertad.
Diciembre 2007.
¿En que mundo viviremos a finales del 2008? Posiblemente la tecnología seguirá cambiando a ritmo exponencial, contaremos con todo tipo de gadgets, los ordenadores estarán en todas partes y se harán invisibles, las pantallas tapizarán los muros de nuestras casas y calles. Algunos miles de empresas iniciarán una aventura, surgirán cientos de nuevos servicios, muchos de ellos los construirá la gente. Pero, al tiempo, se seguirá modifica el paradigma social, político y económico en el que vivimos. Nos adentramos en una realidad híbrida, física y digital a la vez. Es un cambio que no sucede solo en Internet, pero sucede en buena medida por Internet. Es una transformación sutil, casi imperceptible, de la que nos damos cuenta solo cuando nos detenemos por un momento y miramos a nuestro alrededor. Y un cambio del que todos, queramos o no, participemos o no, somos responsables.