En ADN.es | Ciudades enredadas, Naturalezas artificiales.
Ampliación del concepto de Naturaleza
La capacidad del hombre actual de actuar globalmente y convertir el planeta en un laboratorio total ha producido además como consecuencia la revisión del concepto de naturaleza, y con ello la progresiva desaparición de su tradicional idealización.
En el territorio, el proceso de antropización ha ido difuminando los límites entre ciudad y campo, entre paisaje e infraestructuras, de modo que hoy podemos hablar de una multiplicidad de naturalezas artificiales que lo abarcan todo.
Este texto de sin | estudio fue publicado en el blog de las Jornadas sobre Arquitectura y Desarrollo Sostenible celebradas en Sevilla en Octubre 2007.
Todo paisaje es ya artificial en la práctica totalidad de la superficie terrestre. Esto es especialmente cierto en lugares como Europa, y la propia Península Ibérica, territorios que son resultado de la acción por centenares e incluso miles de años de la mano del hombre. Pero, nuestra sociedad tiene una dificultad cultural para aceptar esta realidad. Seguimos pensando en términos de oposición entre lo natural y lo artificial, aunque, al tiempo, empezamos a ser conscientes de esa contradicción. Xerardo Estévez, ex-alcalde de Santiago de Compostela y arquitecto, escribía hace poco en El País sobre La práctica del paisaje y sus palabras ponían de manifiesto esa contradicción. Por una parte planteaba una cierta crítica a la visión estética y romántica del paisaje:
Desde hace algún tiempo, cuando se habla de paisaje, la idea contemplativa, estática, de un panorama de valles y montañas o rías de idílica belleza sobre el que volcamos nuestros anhelos colectivos va dejando paso al concepto de un recurso tan valioso como frágil. Se siguen editando libros y atlas de paisaje que ensalzan su belleza mientras se extiende la sensibilidad social por conservar su valoración colectiva.
El paisaje es algo más que naturaleza, más que la emoción estética o sensorial de cada uno; es un escenario que muda con el cambio de las estaciones, con las horas del día, y también por la presión que nosotros ejercemos sobre el territorio con la economía y el habitar. El paisaje es, por tanto, el producto de la interacción entre los elementos naturales y el factor humano, y a través de la percepción social adquiere una dimensión simbólica.
Pero, finalmente acababa cayendo en los mismos lugares comunes del lamento estético y romántico por la pérdida del paisaje que antes criticaba y planteando una diferencia radical entre lo natural y lo artificial:
… el progreso ha de buscar su adaptabilidad al medio.
Las nuevas implantaciones industriales, al no tener una norma de paisaje específica, irrumpen en el panorama político bajo la característica disyuntiva entre protección y creación de empleo. Evidentemente, hay cosas que se pueden hacer y otras que no. No se debería consentir que se materialicen nuevas concesiones de explotación en zonas de la red Natura o reservas de la biosfera, máxime cuando se sabe que su rentabilidad en muchas ocasiones es mínima; en el caso de los recursos minerales, se aprovecha una ínfima parte de lo extraído, como sucede con las louseiras que destruyen el territorio y contaminan los cauces con sus escombros. Pero tampoco podemos incurrir en extremos de hiperprotección. Hay que delimitar el ámbito y la profundidad de cada actuación, y ese es el objeto de los catálogos de paisaje.
Las “soluciones” están aún por ser pensadas, diseñadas, inventadas y experimentadas, pero antes es imprescindible un cambio radical de visión sobre el paisaje. Seguimos anclados en la estética y la ética que acaban convirtiendo a la naturaleza en espacio de ocio y turismo u objeto de adoración casi religiosa (no olvidemos que la sostenibilidad y el ecologismo corren el peligro de convertirse en las nuevas religiones laicas; la famosa Gaia de James Lovelock sería el nuevo ídolo al que adorar). Necesitamos una visión funcional, tratando los servicios y bienes de los ecosistemas (la antigua “naturaleza”) como infraestructuras ambientales, al mismo nivel e integradas con otras construidas totalmente por el hombre. La visión funcional no significa olvidar la estética, bien al contrario implica definir nuevas estéticas.
Pero, la arquitectura en que vivimos en el siglo XXI es heredera de la ética y estética del siglo XX, y condiciona de algún modo nuestra perspectiva. Así, las infraestructuras siguen siendo el patio trasero del territorio, algo a ocultar. De este modo, por ejemplo Galicia se encuentra con un conflicto irresoluble entre la “conservación” del paisaje costero y la construcción de depuradoras o plantas de acuicultura que necesariamente deben estar situadas en la costa pero no son consideradas estéticamente adecuadas. No existe solución a este dilema, más allá de ese intento vano de ordenación que proponía Xerardo Estévez, por que no existen espacios ajenos al hombre, y si existiesen serían de escasa relevancia para nuestras vidas. La única solución es diseñar las nuevas “naturalezas artificiales” que proponía sin | estudio.
Como ejemplo de una aproximación radicalmente diferente al paisaje artificial, el History Channel convocó el concurso City of the Future: A Design and Engineering Challenge (vía Laughing Squid) donde proponían a los participantes que imaginasen las ciudades de San Francisco, Washington DC y Atlanta en 2108. Participaron 8 equipos en cada ciudad que dispusieron de solo una semana para imaginar como sería la ciudad del fututro, 3 horas para construir sus modelos y solo 15 minutos para presentar su visión a un jurado. El estudio IwamotoScott Architecture fue sido designado ganador para San Francisco con su proyecto SF Hydro-Net, que incluye entre otras naturalezas artificiales champiñones geotérmicos (“Geothermal Mushroom”) o flores de niebla (“Fog Flower”). El proyecto está documentado gráficamente en este album de Flickr.
El proyecto de IwamotoScott Architecture imagina una ciudad basada en una infraestructura que organiza los flujos críticos: vehículos, agua y energía. Imaginaron vehículos basados en hidrógeno, sistemas de captación de agua atmosférica y subterránea y de producción de energía geotérmica (existente en el subsuelo de San Francisco) y de algas para generación de hidrógeno (empleando grandes reactores verticales). HydroNet es el nombre que reciben las redes subterráneas de distribución de agua y energía. La línea costera se convierte en el lugar de conexión de los mundos terrestres y subterráneos generando nuevas arquitecturas y espacios públicos donde se concentra un paisaje de torres. Richard Meier, uno de los miembros del jurado ha valorado el diseño ganador.
Este proyecto es solo una especulación futurista (y fruto de una reflexión rápida) que se basa en diversas tecnologías aún no desarrolladas. A pesar de todo lo anterior imagina una ciudad más adaptada que la actual a las dinámicas urbanas en que ya estamos inmersos a día de hoy. Como consecuencia, genera una aproximación estética totalmente distinta a la actual; las futuras infraestructuras se integran en el corazón de la ciudad y emergen como parte de los elementos de interacción social. Por otra parte, la ciudad se diseña a partir de sus flujos y se estructura primariamente en redes físicas y no en lugares. Estas son algunas de las imágenes que nos proponen una nueva visión del urbanismo costero:
'Geothermal Mushrooms' en Twin Peaks, y 'Algae Towers' en el centro de la ciudad.
'Fog Flower' en primer término y frente costero.
Representación de las zonas costeras dedicadas al cultivo de algas y sus redes de distribución.