El nuevo alcalde de Londres, Boris Johnson, quiere revivir los ríos pérdidos que cruzaban su ciudad, los afluentes del Támesis que fueron sacrificados en el pasado soterrándolos a mayor gloria de las infraestructuras. David Ballota se emociona con la recuperación de la ribera como espacio público para Zaragoza. Puede que, quizás ya demasiado tarde en muchas ciudades, descubramos que los ríos que discurren por nuestras ciudades son magníficas oportunidades como infraestructuras ambientales (más baratas y eficaces que sus alternativas ingenieriles) y como espacios públicos. Zaragoza y A Coruña son dos casos radicalmente distintos y que he utilizado en ADN.es | Ciudades enredadas para discutir este cambio de percepción, y de acción, que está sucediendo en algunas ciudades: Ríos urbanos: de problemas a oportunidades.
Nuestras ciudades han tenido una relación de amor-odio con los sistemas naturales que las rodean e incluso penetran en su interior. Así contábamos, y aún seguimos disfrutando a veces, con ríos o bosques que se insertan en la propia rama urbana. Los ríos urbanos, especialmente, permiten narrar la historia de muchas ciudades y de la evolución de la visión que los ciudadanos tenemos de la relación entre hombre y naturaleza.
Muchas ciudades nacieron alrededor de ríos que actuaban como vías de comunicación y fuente de recursos naturales, especialmente agua. Pero durante el desarrollo de la segunda mitad del siglo XX, las ciudades españolas, que ya no necesitaban aparentemente los ríos (o podían prescindir de ellos suplantádolos con sistemas artificiales), tuvieron por primera vez la oportunidad de “eliminar” los cursos de agua que significaban una molestia para el desarrollo urbano. La solución vino de la mano de las canalizaciones y soterramientos. Estas infraestructuras destinadas a domesticar a los ecosistemas fluviales provocaron en muchos casos consecuencias peores que los supuestos males que querían resolver. Por ejemplo, al no tener en cuenta la variabilidad natural del caudal, con ciclos que en ocasiones tienen amplitudes de décadas, se provocaban en ocasiones dramáticas inundaciones (con impactos peores que las que se regulaban sin intervención humana) cuando el río superaba la capacidad máxima de canalización de la infraestructura. Pero, como los cursos fluviales eran regulados cada vez en mayor medida en sus cabeceras, estos riesgos se redujeron. Aún así, los ríos grandes, como el Ebro y el Tajo, y muchos medianos se resistieron a su total domesticación provocando inundaciones con cierta frecuencia. Y los pequeños ríos, que desaparecieron mucho más fácilmente del mapa superficial de las ciudades, siguieron circulando de modo subterráneo provocando problemas siempre que la ciudad, en su crecimiento, trataba de ocupar superficies donde antes estaba (y en realidad seguía estando pero oculta, a pocos centrímetros de la superficie) la cuenca fluvial.
En los últimos 10 años, hemos redescubierto los ríos y sus márgenes como espacios públicos excepcionales. Y al tiempo, la ingeniería, la economía y la ecología nos han acabado por demostrar que usar a los propios ríos como infraestructuras ambientales es casi siempre más barato y eficaz que apostar por las que construye el hombre. Los sistemas naturales, siempre que no se impida su funcionamiento, cuentan con mayor resiliencia, una propiedad cada vez más apreciada que identifica la cap de un sistema para resistir y/o para retornar al estado inicial tras una perturbación. Este redescubrimiento puede parecer obvio, pero es consecuencia de una serie de lecciones que solo ahora estamos aprendiendo: no era necesario canalizar un río, solo conocer “sus necesidades” para casos de crecidas y diseñar esos espacios para usos compatibles. Es obvio que las áreas de inundación no son adecuadas para usos residenciales o industriales pero si, por ejemplo, para zonas verdes o para usos agrícolas (lo cual es especialmente interesante ahora que muchas ciudades tratan de recuperar o crear de nuevo huertos urbanos).
Quizás dos ejemplos muy diferentes entre si ayuden a ilustrar este conflicto entre destrucción y recuperación (que solo es posible en ocasiones) de los ríos urbanos. El 29 de junio tuve la oportunidad de participar en el Agora de la Tribuna del Agua de la ExpoZaragoza 2008, en una sesión sobre urbanismo e innovación donde el arquitecto Iñaki Alday explicaba el proyecto de urbanización del Parque Metropolitano del Agua de la Expo de Zaragoza, del que fue responsable junto con junto con Margarita Jover y Christine Dalnoky. Este parque se sitúa en el meandro de Ranillas del río Ebro y ocupa un área de 120 ha. Este meandro se ha anegado por el agua en tres ocasiones desde 2006, cuando se iniciaron unas obras que responden a un diseño pensado y adpatado precisamente a estas crecidas periódicas del río, de modo que las antiguas acequias que alimentaban esa zona de huertas se transforman en canales y un sistema de filtros naturales permite utilizar el agua del río para alimentar las pisicinas en que se han convertido las antiguas balsas. Por supuesto, este nuevo parque incorpora muchas otras infraestructuras dedicadas al ocio y puestas al servicio de las necesidades de la propia Expo. Pero en todo caso su diseño trata de integrar lo natural y lo artificial buscando un difícil equilibrio, que los propios autores conciben como dinámico dado que asumen las inundaciones y las integran. Solo el tiempo, especialmente después de la exposición, nos dirá si ese objetivo se ha logrado o simplemente un meandro de este tamaño no admite intentos de control más allá de sus usos agrícolas.
Famosas eran las inundaciones que en épocas lluviosas dejaba el pequeño rio de Monelos a su paso por nuestro barrio desde Ponte da Pedra hasta prácticamente su desembocadura. De ello tenemos fiel testimonio en fotos de la época.