Hace poco me preguntaba si ¿[s]e necesitan las viejas jerarquías para las nuevas interfaces?. Entre otras referencias acudía a las, en mi opinión, contradicciones de Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía (MNCARS), tal como se reflejaban en una entrevista en ABCD:
En el caso de Borja-Villel, parece vivir una experiencia contradictoria por que en paralelo a sus críticas a esta nueva realidad, en la misma entrevista se define como un disc-jockey por su trabajo de gestión y comisariado, lo que recuerda enormemente al concepto de comisarios digitales y al modelo de gestión de organizaciones de “código abierto”, dos elementos clave de la cultura digital.
Su artículo Museos del Sur en Babelia. se puede leer como un esfuerzo por resolver estas contradicciones y definir un programa de cambio radical para la institución museística como nuevo archivo e interfaz para la cultura contemporánea (aunque no cita explícitamente el MNCARS, es claro que es en este museo donde podrá aplicar de modo inmediato su visión). Su artículo finaliza con estos párrafos:
¿Cómo crear una memoria desde la oralidad? Teniendo en cuenta que coleccionar objetos significa a menudo transformarlos en mercancía, ¿cómo exponemos eventos sin que éstos sean fetichizados? ¿Cómo idear un museo que no monumentalice lo que explica? La respuesta pasa por pensar la colección en clave de archivo. Ambos son repositorios de los que muchas historias pueden ser extraídas y actualizadas. Pero, el archivo las "desauratiza", ya que incluye en el mismo nivel documentos, obras, libros, revistas, fotografías, etcétera. Rompe la autonomía estética, que separa el arte de su historia, replantea el vínculo entre objeto y documento, abre la posibilidad al descubrimiento de territorios nuevos, situados más allá de los designios de la moda o el mercado, e implica la pluralidad de lecturas...
El archivo es un topos -un lugar- y un nomos -una norma-, ya que tiene el poder de interpretar los elementos archivados que dice esa ley, la recuerdan y llaman a su cumplimiento. El archivo no sólo garantiza la seguridad física del depósito y del soporte sino que también tiene competencia hermenéutica sobre los mismos. Una ciencia del archivo debe incluir, por tanto, la teoría de esa institucionalización, es decir, de la regla que comienza por inscribirse en ella y a la vez del derecho que la autoriza. Éste fija los límites declarados infranqueables, ya se trate del derecho de las familias o del Estado, los lazos entre lo secreto y lo no-secreto, o, lo que es lo mismo, entre lo privado y lo público, se trate del derecho de propiedad o de acceso, de publicación o de reproducción, de clasificación o de la puesta en orden. La democratización efectiva se mide siempre por este criterio esencial: la participación y el acceso al archivo, a su constitución y a su interpretación. Dar voz al otro significa que éste tenga capacidad de archivar y repensar su propia historia, de contárnosla. La solución pasaría por la constitución de un archivo universal, una especie de archivo de archivos, que no sólo sirviese para cuestionar la propiedad, sino también para dar voz, y escuchar, al que no la tiene.
Las historias requieren de una comunidad que las transmita, de mentes en las que reproducirse, de un terreno de cultivo que les permita evolucionar. Si no quieren mantener su carácter aurático, las narraciones han de cuestionar la noción de autor y renunciar a la idea del genio romántico. Ya no podemos pensar la historia como una sucesión de grandes personajes, ni siquiera como el individuo nómada del momento multicultural, sino como una muchedumbre de secundarios, la multitud anónima e hirviente de sucesos, destinos, movimientos y vicisitudes. El autor es un vehículo a través del cual la "biblioteca" de una comunidad busca replicarse a sí misma.
Es importante que estas historias se multipliquen y circulen lo máximo posible. Si el sistema económico de nuestra sociedad se basa en la escasez, lo que permite que los objetos de arte alcancen unos valores desorbitados, la nueva narrativa se sienta en el exceso, en una ordenación que escapa al criterio contable. En este caso, el que recibe las historias es sin duda más rico, pero el que las cede (narra) no es más pobre. Se trata de constituir federaciones de comunidades libres, un proceso que parte desde abajo y habla de autonomía más que de la toma del poder estatal. No se intenta ya educar a un Estado/nación de un modo uniforme. Tampoco se quiere evitar el vínculo con las instituciones, sino establecer redes y descubrir terrenos nuevos para las prácticas antagónicas. No basta con quejarse de la ingeniería de consenso que se nos impone, sino de manejar sus mentiras, ofreciendo unos mitos y preconstituyendo el terreno sobre el que se distorsionarán los hechos, con el objetivo de reconducir esa distorsión y producir desplazamientos de sentido.
Borja-Villel se enfrenta y entiende la realidad contemporánea, compuesta de múltiples relatos y narradores y abierta a múltiples lecturas individuales y colectivas. Sin caer en el relativismo, pretende convertir el museo en el archivo de historias y personajes. Pero no ya un archivo destinado al almacenamiento y la conservación y al uso por parte de los superespecialistas interesados solo en las explicaciones autorreferenciales y desconectadas del mundo exterior al estrecho espacio del arte o, incluso, de la cultura. Este nuevo archivo es el interfaz en el que los ciudadanos podrían explorar e interpretar desde múltiples puntos de vista su propia realidad y la de otros. Esta idea de archivo es muy próxima a la que desarrolla en su trabajo Daniel G. Andújar.
Llegados a este punto es de agradecer que por una vez un responsable máximo de una institución como el MNCARS se plantee estas cuestiones y esté dispuesto a introducir cambios radicales. Pero no nos dejemos llevar por un optimismo excesivo. No es fácil que un nuevo equipo pueda cambiar la dinámica de una máquina tan poderosa en sus inercias. Pero me temo que haya aún otro problema relevante: caso de alcanzar el éxito en su proyecto, posiblemente el nuevo MNCARS acabe pro convertirse en una "obra de autor", resultado inseparable de la mano de Borja-Villel. Y es precisamente el modelo del genio individual e insustituible el que quiere superar el nuevo proyecto. Difícil apuesta la que en su éxito puede llevar implícito su propio fracaso. En todo caso, regresemos, al menos temporalmente, al optimismo: bienvenido sea este cambio de estrategia y de forma de ver el mundo. Al menos, aunque sea por un tiempo, podremos disfrutar de nuevas experiencias y albergar esperanzas de un cambio posible. Un nuevo micro-relato, por una vez innovador, que añadir al archivo tedioso y conservador de la historia de los museos.
[Imagen en Flickr de Tomás Fano. Escultura de Roy Lichtenstein en el MNCARS].