Cuando los políticos y gestores prometían infraestructuras y bienestar basado en el consumo todo iba relativamente bien. Al fin y al cabo esto era, si tenían éxito en su gestión, lo que lograban. Otra cuestión es que estos éxitos se tradujesen en desarrollo. Pero ahora el abismo entre el discurso oficial y las ideas que hay detrás y, aún más, con la práctica de las políticas públicas es cada vez más insoportable. Se escuchan constantemente discursos sobre innovación, creatividad, sostenibilidad ..., incluso discursos coherentes y bien argumentados. Al fin y al cabo, el "buen político", como buena máquina de adaptación corto-placista al medio, sabe incorporar una narrativa de lo políticamente correcto. Pero cuando se profundiza un poco en los planteamientos que soportan los discursos se descubre, en la mayor parte de casos, un vacío casi absoluto.
Pero, ¿cuánto tiempo puede seguir agrandándose esta brecha sin que afecte a la ciudadanía cada vez más escéptica hacia la política y los políticos? Quizás la respuesta la empecemos a descubrir cuando el resultado de los discursos se materialice (en el peor sentido del término) en nuevos edificios y en las mismas infraestructuras que ya habíamos desarrollado, hasta el exceso más absurdo, en el siglo 20. Y en esos proyectos se agotará la capacidad y recursos que supuestamente se dedicarían a innovación o sostenibilidad. Nada habrá cambiado en las instituciones, los modelos organizativos, la educación ..., en lo intangible que podría realmente provocar la transformación.