Hoy y mañana se celebran en la Cidade da Cultura en Santiago de Compostela el Encontro Internacional de Economía e Cultura (programa en pdf y streaming). El viernes 17 de 12 a 12 h moderaré una mesa sobre "Novos contextos para a creatividade e a innovación: fórmulas de cooperación para favorecer o desenvolvemento creativo e empresarial" en la que participarán Miren Arantzazu Jiménez Sánchez e Igor Arrien Garmendia de CIB Bilbao, Rafael de Ramón de Utopic_Us y Ana María Llopis de Ideas4All. Este es el texto que he preparado como introducción al debate de la mesa:
Después de años de sublimar la creatividad, de buscar definiciones grandilocuentes sobre lo que es innovación y de apostar por las grandes infraestructuras materiales como vía para el desarrollo ha llegado al parecer el momento del sentido común, de reconocer la realidad y de apostar por nuevos modelos, más sostenibles, para producir y poder vivir de y con la cultura.
La creatividad es una parte relevante de la innovación pero la innovación es más que la creatividad. Fomentar únicamente la creatividad es en cierto modo un forma sutil de infantilización de los profesionales que se hacen dependientes de elementos externos que traducen esa creatividad en innovación. Además ambos procesos, lejos de operar dentro del ensimismamiento del genio individual, son resultado de procesos colectivos. Por una parte innovamos “a hombros de gigantes” copiando y remezclando ideas y obras de nuestros antecesores. Por otra, nuestros procesos creativos se enriquecen si los desarrollamos de forma abierta y colaborativamente, y los resultados son más diversos y disruptivos si colaboramos con los que son diferentes a nosotros. En ocasiones nos referimos a esto con la etiqueta de interdisciplinariedad, pero que quizás sea un concepto demasiado conservador. Más bien lo que necesitamos es ser transdiscplinares o adisciplinares: no importa tanto el origen como lo que aportas y tus motivaciones; son esenciales la empatía (entender las razones y lenguajes del que es distinto disciplinar o socialmente) y la capacidad de diálogo para conformar equipos de personas diferentes que alcancen resultados relevantes. Y en un entorno complejo es imposible pensar sin hacer, vivimos y en una cultura del prototipado, de la experimentación continua en la que hacer y pensar van de la mano.
La dimensión colectiva es ya esencial y sus consecuencias son claras y radicales. Necesitamos condiciones (infraestructuras, organizaciones, reglas) que potencien la colaboración. Las transformaciones tecnológicas recientes y la cultura digital que ha emergido no han hecho más que reforzar estas tendencias, en ocasiones de un modo imparable. Así, es difícil defender desde un punto de vista ético ciertas posiciones extremas respecto a los derechos de autor y la propiedad intelectual cuando la creación es siempre colectiva (y en este sentido el modelo del copyright inflexible no es más que un extremo de un amplio abanico de opciones). Pero además la digitalización hace inviables ciertas protecciones (y los modelos de negocio que soportan) y abre nuevas posibilidades, creativas y de remuneración, basadas en el uso flexible de los derechos.
Al tiempo Internet se ha convertido en una infraestructura básica para la cultura que soporta y da eficiencia a los proyectos colaborativos y hace viable (realizable y sostenible económicamente) lo que antes se consideraba utópico. Ya no necesitamos grandes medios (en manos de unos pocos) para producir cultura y ya podemos ofrecer servicios y productos culturales que se adapten a la diversidad de las multitudes y no productos estandarizados dirigidos a una masa uniforme (y por tanto estúpida al estar desprovista de diversidad). Y la multitud nos puede responder ya sin intemediarios, e incluso empieza a financiar proyectos de forma distribuida de modo que sus decisiones se traducen directamente en los proyectos que desarrollan los creadores y productores culturales.
Y por último, aunque quizás sea el elemento más relevante y transformador en un futuro inmediato, la crisis que vivimos ha borrado del mapa muchos de los soportes que parecían inmortales y nos fuerza a experimentar nuevos modelos organizativos. Las grandes empresas o las instituciones públicas ya no son fuente segura de proyectos y financiación y ya no podemos vivir en la comodidad de una dependencia casi total de estos agentes. La caída de estas certidumbres está obligando a los profesionales a organizarse de nuevos modos y buscar nuevos públicos y nuevas relaciones con ellos. Las redes y comunidades son formas de soporte intelectual, emocional y profesional. Las empresas e instituciones se transforman en plataformas y las comunidades de productores trabajan sobre, con y para esas plataformas. Si en el pasado se externalizó la producción de bienes y los productores se convirtieron en commodities genéricas seleccionadas por su precio, en esta nueva externalización los productores se valoran por su talento y su capacidad organizativa para desarrollar proyectos innovadores y, por tanto, ya no son prescindibles. Y estos nuevos productores crean espacios físicos e intelectuales nuevos que les permiten funcionar de forma colectiva sin necesidad de las restricciones de las grandes organizaciones convencionales.