[Este texto nace de una reflexión que realicé con Martina Minnucci a partir del concurso Autoprogettazione 2.0 lanzado por la revista italiana Domus y FabLab Torino en Marzo de 2012 para el diseño y fabricación de mobiliario para fablabs. Nuestro manifiesto es la declaración de intenciones de mmodulUS, un nuevo proyecto de diseño que se lanzará públicamente en Abril de 2013]
… eso que llamamos valores es transferido también a los objetos, los dispositivos o las tecnologías que nos rodean. Diseñar, en otras palabras, no es más que proyectar cosas que la gente quiera poseer, experimentar o sentir. Diseñar, en definitiva, es algo que todos hacemos de forma espontánea, ordinaria y constante.
Antonio Lafuente, La promesa de la desorganización
La filosofía del FLOSS (free-libre open source software) ha contagiado de forma sutil pero implacable nuestra cultura contemporánea. La idea de que compartir genera mayores oportunidades para la innovación y que puede ser más eficiente y rentable que permanecer cerrados son ahora aceptadas y populares pero hace pocos años parecían utopías de ilusos.
El modelo de código abierto se transmitió desde las prácticas de las comunidades de desarrollo de software libre a toda la cultura digital en las dos últimas décadas. Ahora le llega el turno a la cultura material. Lo físico parecía innacesible, su finitud y materialidad lo condenaba a la tragedia si lo gobernábamos como un procomún. Pero todo objeto físico es en realidad un assemblage de materiales, códigos y narrativas. Los objetos físicos tienen una vida digital. Su diseño, su narrativa y hasta buena parte de su fabricación y logística son ya digitales. Los fablabs son el ejemplo máximo: ya no transportamos el objeto, “transportamos” los diseños (inmateriales) y creamos colaborativamente.
El software nos enseñó que compartir es bueno ética, social y económicamente, y tanto para el que comparte como para la comunidad en la que se inserta. Pero el impacto de compartir no es siempre igual; el diseño de lo compartido influye mucho sobre las posibilidades de remezcla y su impacto social y económico. Y esta es la segunda lección del software: el diseño modular y abierto incrementa de forma exponencial el potencial generativo. Cuando diseñamos debemos incorporar este concepto, a modo de restricciones que generan nuevas libertades:
- pensar en componentes modulares,
- modularizar incluso la estética (en el caso del diseño de productos, los colores, los acabados por ejemplo), y
- diseñar conexiones entre módulos que faciliten múltiples ensamblajes (a modo de APIs abiertas)
Estas reglas permitirán a otros diseñadores y usuarios (ya todos los usuarios de algún modo somos diseñadores) recombinar de innumerables formas los conceptos y módulos esenciales y pueden provocar un torrente de creatividad y una capacidad casi inagotable de adaptación a diferentes necesidades (función) y preferencias estéticas (forma).
Poder diseñar y construir nuestros propios objetos, del mismo modo que ya podemos diseñar y construir nuestras propias herramientas digitales, nos empodera como ciudadanos de forma individual y colectiva, en forma de comunidades de práctica. Además, la reducción drástica del coste de acceso a las tecnologías de diseño y fabricación que esta sucediendo posibilita el crecimiento de esas comunidades, dado que la participación depende cada vez más de nuestras competencias tecnológicas y de diseño y menos de nuestros recursos económicos. De este modo podemos jugar un papel social y económico pro-activo y nos convertimos en la práctica en agentes políticos mucho más influyentes y por tanto responsables en la gobernanza de nuestra sociedad.