Hoy se publica en La Voz de Galicia un artículo de opinión que me han pedido sobre la catástrofe ecológica del Prestige a raíz de la sentencia sobre el caso (cobertura de La Voz sobre la sentencia). Han pasado ya once años y para mi de algún modo en ese momento empezó buena parte de lo que después ha sido mi vida. Mi artículo no habla de la sentencia; he preferido reflexionar sobre lo que hubiese sucedido hoy en una situación similar. Queda la reflexión personal, sobre lo que sentí y aprendí en aquel tiempo intenso e triste. Quizás algún día lo haga. En aquellos meses aprendí de la mezquindad y cobardía pero también de la grandeza y honestidad de muchas personas ... y de lo maniqueas que son las ideologías y visiones simplistas. Todo y a todos podías encontrarlos en todas partes: en la política, en la adminstración, en la universidad, en las cofradías. De ese tiempo me queda mi admiración por mucha gente con la que trabajé, y discutí, en todos esos lugares ... Este es el texto:
Once años pueden ser toda una vida o no ser nada. Nuestras estructuras políticas, legales y científicas siguen funcionando de forma muy parecida al día en que se hundió el Prestige. Sin embargo el mundo ha cambiado radicalmente por el camino. La sostenibilidad es ahora una prioridad y una urgencia que admite cada vez menos márketing de lavado de cara. Internet ya era popular en el 2002, pero en los dos últimos años la cultura digital ha sido protagonista del nacimiento de una nueva ciudadanía convertida en multitudes inteligentes que colocan los problemas reales como parte ya ineludible de la agenda de los que toman decisiones. El acceso y uso público de la información y de los datos es ya norma y no excepción, y los políticos más inteligentes se colocan en vanguardia aliándose con la sociedad para cocrear aplicaciones cívicas. La ciencia se sale más y más de los muros de la academia; los amateurs, los que «aman lo que hacen», tienen conocimiento y herramientas y se convierten en hackers cívicos en todo tipo de ámbitos, desde la biología a la ingeniería.
La respuesta social que vivimos con el Prestige fue precursora de algunos de estos cambios. Pero entonces éramos tímidos, no sabíamos que podíamos. Ahora sería distinto. Hoy nuestros políticos tendrían que dialogar con la sociedad, sin creerse ya poseedores del monopolio de la comunicación y del conocimiento. Y la sociedad no aceptaría la ambigüedad calculada de buena parte de la comunidad científica escudada en un discurso técnico que trata de esconder su responsabilidad social.
Hoy los datos aflorarían de uno u otro modo y surgirían analistas que trabajarían colectivamente para ofrecernos la verdadera complejidad e incertidumbre que lleva asociada una catástrofe ecológica. Quizás esta ciencia más real nos provocase dudas aún mayores, pero no aceptaríamos ser tratados como una sociedad infantil a la que hay que sosegar con filtros informativos.
Se ha ampliado el abismo que separa a la ciudadanía de la política y la ciencia oficiales. ¿Dónde están los datos que deberían ser públicos? ¿Qué mecanismos han creado las instituciones para dialogar de forma constructiva con la ciudadanía para mejorar la gobernanza? Los pasos han sido tímidos o nulos, pero aun así hoy otro Prestige tendría consecuencias muy diferentes. El tiempo se acaba para que nuestras estructuras y líderes se transformen antes de que una nueva catástrofe obligue a ello de forma conflictiva. Los nuevos movimientos sociales superan las ideologías clásicas y no se centran ya solo en la protesta; se enfrentan a los problemas y buscan soluciones. ¿Qué papel quieren jugar la política y la ciencia oficiales en este nuevo mundo?